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Aniversario luctuoso 191

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


“La gloria está en ser grande y en ser útil”. Simón Bolívar

Señalado está en los anales patrios el día infausto en que hace 191 años expiró el Libertador Simón Bolívar. Hijo de don Juan Vicente Bolívar y Ponte y doña María de la Concepción Palacios. El vástago del matrimonio Bolívar Palacios vio la primera lumbre terrenal en Caracas el 24 de julio de 1.783 y le entregó su alma al Creador el 17 de diciembre de 1.830, en Santa Marta, que acogió hospitalariamente al Libertador Simón Bolívar, ya abatido, físicamente por su postrera enfermedad, y turbado su espíritu por las felonías sufridas y por la decepción de “Haber arado en el mar y sembrado en el viento”. En la hacienda de San Pedro Alejandrino, de propiedad de don Joaquín De Mier y Benítez, terminó su ciclo vital, a los 47 años de edad, el Padre de la Patria. Allí “cayó como león herido el héroe proscrito”, después de recibir cristiana absolución suministrada por el Obispo de la ciudad, monseñor Joaquín Esteves, y los viáticos que le llevó el cura de Mamatoco, Hermenegildo Barranco, la noche víspera del deceso.

Antes había dictado su última proclama a los colombianos y expresado su voluntad testamentaria, copiada por el notario don José Catalino Noguera. Al Libertador Bolívar lo atendió en su gravedad el médico francés Alejandro Próspero Reverend. Y estuvo acompañado por escaso séquito de fieles amigos y compañeros en las acciones militares. Uno de ellos, el general Mariano Montilla, quien, según crónica histórica, en el instante del fallecimiento del prócer epónimo, movido por el dolor que ante el fatal hecho sentía, de un puñetazo paró el reloj instalado en la alcoba del difunto, y las manecillas del cronómetro quedaron inmóviles señalando la una y tres minutos de la tarde. Después de la autopsia el cuerpo fue embalsamado. Y narra el anecdotario, que el galeno, al terminar las operaciones, solicitó una camisa para vestir al héroe exánime y le llevaron una camisa rota. Indignado el galo la rechazó y suministró una de su propiedad. El catafalco del Libertador permaneció en cámara ardiente en la casa de la Aduana desde el 17 hasta el 20 de diciembre, día en que realizaron las exequias. La inhumación se efectuó en la nave central de la Basílica Catedral.

Simón Bolívar nació en hogar opulento. A pesar de que en la niñez perdió a sus padres, creció en familia que se esmeró por darle excelente educación, y tuvo como preceptores a don Andrés Bello, paradigma estelar del derecho y la ilustración en América, y don Simón Rodríguez, que ejerció influjo importante para templar el carácter del intrépido discípulo. En España y Francia hizo estudios. En Madrid contrajo nupcias con doña María Teresa del Toro, quien al poco tiempo murió en Venezuela. Alternó en elevados círculos sociales y culturales; disfrutó el boato de salones palaciegos. Visitó a Italia y en el monte Aventino, delante de su antiguo institutor Simón Rodríguez juró “no dar paz a su alma ni descanso a su cuerpo hasta ver liberada a su Patria”. Honró el compromiso: renunció a la vida fastuosa entre champagne y opíparos banquetes, exquisitas fragancias y el aire embriagador de los placeres, para consagrarse a organizar la gesta emancipadora, participando en múltiples batallas y recorriendo a caballo más de 100.000 kilómetros. Erigido en cerebro y músculo de la epopeya libertaria. Dos siglos han pasado y su pensamiento profético de genial visionario está vivo en discursos, cartas y proclamas. Logró su anhelo: rompió las cadenas opresoras. Conquistó laureles gloriosos. Bajó al sepulcro afligido al ver cómo su amada Gran Colombia se derrumbaba en el vórtice de la insensatez, la ambición, el odio y la anarquía.


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