De Núremberg a la tiranía moderna

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Escrito por:

Luis Tabares Agudelo

Luis Tabares Agudelo

Columna: Opinión

e-mail: tabaresluis@coruniamericana.edu.co

Núremberg, una ciudad con un legado arquitectónico medieval y una historia profundamente marcada por eventos del siglo XX, se convirtió en el epicentro de decisiones cruciales durante el régimen de Adolfo Hitler. Fue aquí donde se llevaron a cabo los grandes mítines del Partido Nazi y, tras el desenlace de la segunda guerra mundial, el escenario de los históricos Juicios de Núremberg. En estos, líderes nazis fueron procesados por crímenes de guerra y contra la humanidad.

De hecho, en 1935, el contexto político y social de la ciudad cambió drásticamente con la promulgación de las Leyes Raciales de Núremberg. Estas como una iniciativa directa de Adolf Hitler, se instauraron para preservar la pureza de la sangre alemana. Entre las principales se encontraban las de Protección de la Sangre y el Honor Alemán y la Ley del Reich sobre la Ciudadanía. En ellas se prohibía los matrimonios y las relaciones sexuales entre judíos y no judíos, y declaraban a los judíos como súbditos del Estado. La ideología que impulsaba estas leyes era claramente racista y antisemita, basada en la creencia de que los alemanes eran parte de una raza aria superior.

En este contexto, el poder judicial y el legislativo apoyaron estas medidas. El primero perdió su independencia y se convirtió en un instrumento para legitimar las políticas nazis, mientras que el Legislativo, convertido en una marioneta de Hitler, dejó de ser un verdadero órgano de control político. Y, los intelectuales, por su parte, estaban divididos entre quienes apoyaban al régimen, quienes optaban por la resistencia pasiva, y aquellos que, como Albert Einstein, resistían activamente, aunque a menudo a un gran costo personal.

En realidad, estos eventos subrayan cómo el ascenso de un régimen tiránico puede ser facilitado por la manipulación de la Constitución, de las leyes, de las instituciones democráticas. Las de Núremberg nos enseñan que la consolidación del poder a través de la legislación discriminatoria puede tener consecuencias devastadoras. Y mientras reflexionamos sobre esta época sombría, es irónico pensar que, de alguna manera, los tiranos se fabrican con la complicidad, directa o indirecta, de las instituciones y de la sociedad. A través de una mezcla tóxica de ideología, miedo y ambición, se esculpe un líder que transforma el poder en algo monstruoso. Sin embargo, por más trágico que sea, este proceso también subraya la importancia vital de la vigilancia, la resistencia y la defensa inquebrantable de los derechos humanos y las libertades fundamentales para asegurarnos de que la historia no se repita.

A través de ejemplos dolorosos vemos que la transformación de un presidente en tirano no ocurre de la noche a la mañana, sino a través de una serie de actos calculados y decisiones estratégicas que erosionan gradualmente las estructuras democráticas y las libertades civiles. A menudo, este proceso comienza con un liderazgo carismático que promete cambios extremos y soluciones radicales a problemas sociales y económicos profundos. Sin embargo, el carisma se convierte en manipulación, y las promesas de cambio que no llegan, en herramientas para acumular poder.

A pesar de todo, a medida que estos líderes consolidan su poder, observamos patrones claros: el socavamiento de las instituciones democráticas, la manipulación de las elecciones, enfrentamiento con la prensa libre hasta socavarla, suprimen la oposición etiquetándola como enemigos del estado, limitan las libertades de expresión y reunión. Y, por último, reforman la constitución para perpetuarse.

En síntesis, intuyo, una y otra vez, que cuando permitimos que los principios democráticos sean socavados en nombre del cambio, abrimos la puerta a la tiranía. De ahí la importancia de mantener un entorno político donde la transparencia, el estado de derecho y el respeto por las libertades fundamentales sean la norma y no la excepción.

En retrospectiva, es fácil preguntarse cómo una sociedad permitió que tales atrocidades sucedieran en Alemania, pero la realidad es que la construcción de un régimen opresivo puede ocurrir gradualmente, normalizando la exclusión y el odio paso a paso hasta que el tirano esté firmemente en el poder.