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No podemos darnos el lujo de ser mediocres

Columnas de Opinión
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Así lo afirma categóricamente el sacerdote Juan Jaime Escobar en su homilía del pasado 26 de junio, cuando señala: “en esta hora de la historia del mundo, ¿nosotros tenemos derecho a ser mediocres?; cuando están destruyendo del todo… a lo más profundo la familia, nosotros que amamos a la familia(…) ¿nos podemos quedar callados y dejar que destruyan la familia?;
podemos dejar destruir el sacramento del matrimonio y que hombre con hombre...mujer con mujer…y ¿lo que importa es revolcar catre?; cuando triunfa la mentira los que tenemos la revelación de la verdad ¿nos podemos dar el lujo de ser mediocres?; cuando triunfa la cultura de la muerte…los que defendemos la vida ¿nos podemos dar el lujo de ser mediocres? [Sin duda, no], pero, nosotros estamos acostumbrados a la mediocridad, a la tibieza…nosotros estamos acostumbrados a hacer las cosas sin demasiado esfuerzo…miren para no ir tan lejos, si algo nos dejó la pandemia, que fue muy horrible, pero si algo nos dejó, fue que nos volvimos todavía más tibios en la FE…si antes éramos poquito ahora somos más poquito... si antes nos daba pereza ir a misa, ahora nos da más pereza”.

De allí, conforme lo expresa Stephen Covey, el enorme desafío que representa el no poder darnos el lujo de ser mediocres…porque ello implica no tomar decisiones que solo satisfagan nuestros intereses, nuestros miedos, nuestro confort, ya que si las tomamos, nos impiden comprometernos con lo esencial, con causas, contribuciones y aportaciones que vayan más allá de nuestro propio ego; no podemos darnos el lujo de ser mediocres conformándonos con los conocimientos de nuestra profesión, pues nos asiste el deber de ampliar nuestra percepción incorporando conocimientos de otras disciplinas del saber para poder interactuar con otras profesiones y hacer efectivo el reto de trabajar en equipo para lograr el tan anhelado y escaso milagro de la sinergia; no podemos darnos el lujo de ser mediocres permitiendo que el estómago y nuestros apetitos nos gobiernen, así como tampoco podemos darnos el lujo de permitir que las poderosas fuerzas restrictivas de las pasiones humanas negativas como el resentimiento, la rabia y el rencor, guíen nuestro comportamiento; y finalmente, no podemos darnos el lujo de ser mediocres dejándonos condicionar por las opiniones y paradigmas del confort imperantes que nos determinan, sacrificando el deleite de entregarnos al misterio y gratuidad de la vida y de experimentar el amor…el verdadero amor…aquel que se olvida de sí mismo para hacernos servicio y don para los demás.

“Y justamente por eso hoy es preferible tener perro o gato que hijo, porque un hijo o una hija siempre te piden dejarlo todo…porque la única manera de amar bien a un niño…solo amaras bien a un niño o a una niña cuando tú te olvides de ti y te dediques por completo a hacer de ese niño o de esa niña un hombre, una mujer de bien…pero mientras tu estés pensando en ti, en tu riqueza, en tus logros, en tus propósitos, en tus horizontes, en tus conveniencias…siempre serás un mal esposo, una mala esposa, un mal padre, una mala madre…porque no has sido capaz de [trascender tu ego] y sigues pegado al pasado, [incapaz de superar la tentación de la zona de confort y de la elección del camino menos difícil]”, afirma el Padre Juan Jaime.

Superar la mediocridad supone, entonces, canalizar nuestra energía de manera tal que permita ir configurando la mejor versión de sí mismos, desarrollando de manera armónica las cuatro dimensiones que nos constituyen: con “disciplina” para gobernar los apetitos del “cuerpo”; con “visión” para proyectar nuestra “mente” y evitar sentirnos víctimas de las circunstancias actuales; con “pasión” como el combustible y la fuerza de convicción para alcanzar la efectividad en el largo plazo, mediante el conocimiento y autodominio de nuestra emocionalidad; y finalmente, con “conciencia” para el desarrollo y cuidado del “espíritu” tomando decisiones con base en principios, que son faros que conducen al desarrollo pleno del hombre, para ir más allá de nuestro propio ego.