Compadritos

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Con el mote que hace más de un siglo un violinista negro usó para describir, a través del tango de su autoría, el alma de aquel fantoche “bien vestido” rioplatense (primo sureño del extinto rolo de sombrero y paraguas, pero aún más pintoresco), el compadrito, me gustó identificar al presidente de Argentina, Mauricio Macri, la noche del domingo 11 de agosto, cuando salió desafiante en la televisión a culpar al electorado de su país por haber votado mejor en las primarias presidenciales a la fórmula kirchnerista representada por Alberto Fernández, para presidente, y por la expresidenta Cristina Fernández, para vicepresidenta, en lugar de haberlo preferido a él y solo a él.
El hombre me recordó a un matoncito de esquina que, herido, promete retaliación por alguna ofensa. Al día siguiente, lunes, “la city” –como le dicen al centro porteño-, amaneció revuelta debido al subidón del dólar que trajo la volatilidad sembrada por Macri.

Ese mismo lunes, en la noche, ya con el daño hecho, y ya al descubierto su maniobra desestabilizadora (amenazar a los mercados con que la vuelta de la centro-izquierda al poder acabaría con la nación), al expresidente de Boca Juniors no le quedó más que pedir perdón por todo. Así, a tal gobernante sin poder los Fernández le han estado diciendo lo que tiene que hacer desde entonces, como si fuera diciembre y estuvieran en la Casa Rosada; pues, durante este tiempo, solo se ha hablado de aumento de los precios, devaluación, desabastecimiento. En la semana en cuestión, al finalizar las proyecciones de estreno de una película local, cuyo tema es la injusticia del Corralito de 2001, solían emerger los aplausos y hasta las lágrimas de gente que evocaba bien dicho infierno. Para colmo, simultáneamente papá Brasil osó tratarlos como a venezolanos a los que no quiere en su territorio huyendo de la crisis. ¡A ellos, a los argentinos!

Al parecer, sobran los que allá no se han dado cuenta todavía, pero el pasado de bonanza (más o menos entre 1880 y 1930), que los llevó a ser una potencia mundial, pasó hace rato. Claro, quedan los edificios europeos del siglo XIX, los apellidos de la inmigración (que los independiza imaginariamente de la esclavitud colonial española), la fama sin pruebas de país próspero, y… poco más que eso. Está muy presente, eso sí, el melancólico arribismo (que no es patrimonio exclusivo suyo) del que tuvo y ya no tiene, del que fue y ya no es, del que pudo hacer y no hizo; es ese un estado mental que corrompe a todas las capas sociales por igual y que, a ratos largos, envenena la convivencia en teoría pacífica con racismo y xenofobia, clasismo tolerado, y, aunque parezca un asunto marginal, con violencia multiplicada desde el feminismo más embrutecedor.

Andan tan enredados con esto último en la tierra de San Martín que se puede ver en las calles la siguiente guerra de grafitis: “Puta abortera”, gritan los católicos que dicen amar la vida; “Abortá el macho que tenés dentro”, responden las interfectas (que, apostaría, son fieles lectoras del libro de moda, cuyo título poético me ha forzado a hojearlo: “Putita golosa”, magna obra sobre cómo dejar de ser reprimidas). Creo que a Colombia le convendría mirarse en este espejo. Vacío de contenido y mera forma es lo que queda en aquella sociedad en la que mucho se copia de afuera, en la que poco se crea porque falta carácter para ello, y, entonces, se es esnob por convicción.

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