Delirium

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

La semana pasada veía un programa de televisión norteamericana en el que se ensalzaba la figura de John Fitzgerald Kennedy, y se lo ponía como una suerte de Simón Bolívar yanqui: valiente, inteligente, apuesto, risueñamente mujeriego, y ganador, siempre ganador. No creo que los rusos hayan pensado igual. De cualquier manera, presentaron allí al hijo de Nikita Kruschev, quien, tal vez sin malicia, decía que, en 1963, su padre se había conmovido por la muerte del hombre de Boston; lo que calló el entrevistado es que el legendario líder ucraniano tal vez se entristeció, pero de puro lamento, por haber perdido un contendiente más bien blandengue que, en octubre de 1962, temeroso de los cañones del herido Fidel Castro (por lo de Bahía Cochinos en 1961), se había quebrado en secreto ante la presión. Era mejor lidiar con un Kennedy que con un Nixon, ha podido pensar Nikita: la verdad es que lo había vencido sin demasiado esfuerzo. Pero, aun hoy, cuando Putin invoca el pasado a diario, los del Norte siguen en fase de negación.
Simultáneamente, en los noticieros se anunciaba la decisión que el gobierno colombiano ha adoptado en relación con la declaración administrativa de paraíso fiscal a Panamá. Se argumenta, con sumo rigor, que es la ley la que lo ordena, y que la ley hay que cumplirla. ¿Cómo podría nadie oponerse a eso? Si un país, cualquiera que sea, coadyuva de alguna manera para perjudicarnos como sociedad a través del favorecimiento indirecto a quienes, por ejemplo, lavan activos, que la ley se imponga. Que lo haga por igual, eso sí. La protesta panameña está basada en un trato que sienten como discriminatorio, por lo que pueden tener algo de razón en el istmo: a pesar de que hay otros 40 lugares identificados, Panamá ha sido y es, finalmente, socia de facto de tantos empresarios colombianos en el manejo cariñoso y secreto de su plata, limpia o por limpiar. Por eso se extrañan allá de que la evasioncita de siempre sea perseguida apenas ahora.
Y también leía en Ámbito Jurídico la columna de un opinador capitalino que, tal vez por esa mezcla congénita de soberbia e ingenuidad, comenta lo sorprendido que está porque esta vez parece ser verdad aquello de que "el mundo está muy complicado". ¿En qué mundo estaba viviendo? Se asombra, sobretodo -pero como quejumbroso-, de que los Estados Unidos ya ni el policía del mundo sean, y que ahora todo esté descontrolado. Eso sería como echar de menos al régimen de sangre de algún comandante paramilitar, porque, con él, "al menos había orden" en un pueblo. El que cito se las da de imparcial, ya que es académico, y es que muchos de éstos suelen acudir al recurso falaz de la neutralidad para poder pontificar sin mayor responsabilidad práctica. En fin: el asunto con Panamá me recuerda algo que a veces se me olvida: muchos colombianos deliran de grandeza con que seamos una "potencia", antes que, por decir algo, lograr la paz; y, con esa idea en la cabeza, aquí se idolatra al gringo, se lo imita sin vergüenza. Y, como los gringos son una potencia bien prepotente -y medio ridícula, que, entre otras cosas, inventa héroes de la nada-, se cree que Colombia debe comportarse igual que ellos para ser aceptada afuera, pero, eso sólo con el que se pueda, ¿no?; pues, ¿de qué otra forma se explica que no se incluyera en la lista negra a países, esos sí poderosos, que figuran como paraísos fiscales en muchos otros lados? Que no me digan que no hay ahí industriosos compatriotas con sus dos o tres pesitos, ganados con sudor.

Más Noticias de esta sección