Moralidad de la función pública

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Escrito por:

Jairo Franco Salas

Jairo Franco Salas

Columna: Opinión

e-mail: jairofrancos@hotmail.com



Este precepto se enfoca en la racionalidad y habilidad que debe tener el ser humano para rastrear el origen de la bondad y de la maldad; en otras palabras la capacidad para reflexionar las consecuencias de nuestros actos. Para el cumplimiento puntual de este propósito se necesita educación y prácticas que permitan convertir los impulsos del individuo en libre albedrío. Cuando hablamos de moralidad pública, debemos estar dispuestos a rechazar los procedimientos anómalos, informales, improvisados, las decisiones tibias, incoherentes y egoístas; debemos convertirnos en consultores estratégicos con una visión clara del desarrollo presente y futuro; factor que impide el acomodarnos a una ética atrofiada.
Hoy existe mucha incredulidad frente al concepto de la moral; se dice que escasea, que no existe y muchas veces que moral es una plantación de mora, cuando esta es, se debe comprender como un conjunto de normas por las cuales se direcciona el comportamiento humano relacionándose con la sociedad, determinando el proceder debido o indebido de acuerdo a principios que incorporen o no el individuo. Lo anterior nos facilita presentar los siguientes interrogantes: ¿Estamos actuando bien? ¿Se reflejan negativa o positivamente esas actuaciones dentro de nuestro entorno? ¿Estamos aportando favorablemente a la sociedad? De ahí que la actuación pública requiera además comportamientos relevantes como un conjunto de manifestaciones con rectitud al obrar de los integrantes que pertenecen a una comunidad.
En esta lucha del bien y del mal, es menester ser consecuente hasta la muerte entorno a una mezcla de osadía y cultura que enfrente a los factores que perturban y atrofian la moralidad; este es un hecho positivo que valida el esfuerzo y constituye un historial de conocimientos y realizaciones. Un ejemplo de ilustración de lo que aquí se afirma lo configura la exclamación del escritor Juan Jacobo Rousseau: "El hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe", axioma enriquecedor que se antepone al tradicional hecho que nadie obliga e induce a actos que dañen a otros, ya que de por medio está la voluntad a quien se dirige tal insinuación.
Para enfrentar los sin sabores que nos llevan a romper la moralidad es base fundamental propiciar trabajo en equipo de aquellos que quieran un cambio y contribuir al cumplimiento de metas y acciones; siendo lo más transcendental fortalecer la sensibilización de las posibilidades. Surge aquí la iniciativa que la hoja de vida de cualquier ciudadano debe reflejar una muestra de superación, encaminada con carácter, preparación y ganas, ya que esta será examinada con lupa, así debe ser.
Sin lugar a equívocos estamos frente a una sociedad llena de expectativas, preguntas y perturbaciones; motivo por el cual debemos avanzar en reflexiones en un laboratorio de ideas que propicien cambios extraordinarios, no comunes; es decir, tomar decisiones que conlleven a la renovación del individuo, soportadas estas en una actitud desafiante y una respuesta innovadora, donde la comprensión por el prójimo sea generadora de sentido, fuerza, felicidad, esperanza, armonía…
No se puede ser feliz solo; somos felices gracias y con los otros; este es el verdadero sentido de una moralidad. Es motivo de apoyo el fortalecernos cada día más a través de instituciones recias y solidas que inculquen y fomenten el saber, paciencia y consciencia mediante el avance de hechos ciertos y relevantes de un caminar en propósitos comunes.



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