Nadie se preocupa por estudiar

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



Recorrí apenas un par de días, con algunos amigos, las instalaciones del colegio en que alguna vez intentamos aprender lo que debíamos. Bueno esto último es subjetivo, porque para una persona joven que carece de la madurez necesaria para enfrentar las inconveniencias que la vida muestra a su paso, infortunadamente aprender lo que conviene es lo que menos importa.
Las cosas siguen siendo tal y como eran hace treinta años. Muchachos desorientados en un rincón del aula de clases arrojando papeles o escuchando la música grabada en el Ipod, mientras un profesor con un salario de hambre intenta por todos los medios, iluminarse con alguna presencia extraterrenal para cautivar la atención de sus discípulos y transformar el mundo.
En aquella época, pese a que nos considerábamos radicales, no teníamos la valentía necesaria para eliminar la capacidad de control y restricción que se erigía al interior de la familia y la escuela -que funcionaban como verdaderos entes representativos de la sociedad-, por ello, las picardías no pasaban de ser más que simples picardías, en la mayoría de los casos.
Hoy sin embargo, todo es diferente. La violencia, el cinismo y la corrupción de un sistema social degradado a su mínima expresión brillan con su sutil apariencia, en tanto que los problemas que agobian el entorno de esa misma sociedad merecen, a juicio de muchos intelectuales, poca atención. Razón por la cual encontramos en las instituciones educativas del tercer milenio, jóvenes que no saben hacia dónde se dirigen.
El facilismo, mejores opciones de vida, comodidades sin límite y un entorno social fundamentado en las concepciones trastocadas del consumismo, más que en valores y principios, han llevado a nuestros hijos a involucrarse inadecuadamente con un mundo despiadado que pulveriza todo lo que se interpone en su camino.
El estudio noble, el trabajo honesto, la preocupación por el entorno, el respeto por los demás, el cumplimiento de las normas y las buenas costumbres son cosas del pasado. En la mente de los que hoy vivimos el universo, y todo aquello que lo conforma, ha sido dispuesto para satisfacer intereses egoístas.
¿Pero de donde hemos sacado esta vana forma de pensar? Sin duda, es producto de una educación equivocada que promueve desde la cuna la indecencia por encima de cualquier otra cosa. La justicia, la equidad, y los actos razonables que pretenden el bienestar de la comunidad perdieron ante el avance inconsecuente de la ambición.
No es que haya sido diferente para las generaciones anteriores. Los abuelos y los que estuvieron antes que ellos, sintieron alguna vez la misma sensación egoísta que domina el pensamiento de las nuevas castas, solo que, a diferencia de lo que sucede en este tiempo, el pasado encontró mecanismos eficaces para aterrizar los sentimientos de superioridad que dominó la mente del ser humano cuando sintió, en su propia ignorancia, ser el centro del universo.
No somos mejores que el resto de las especies. Tampoco, tenemos derecho a pasar por encima de los que aparecen a nuestro paso sin mirar quién o qué, se mueve en el mismo espacio vital. El planeta es el refugio que tenemos, y los seres con los que interactuamos son pasajeros de un vuelo que solo se puede realizar una vez. Si tenemos conocimiento de ello, entonces ¿por qué nos creemos superiores a los demás? y ¿por qué razón hacemos creer a nuestros hijos que estamos en un plano diferente al resto de la humanidad?
La verdad no sé qué sucede con la sociedad enferma que conocemos. ¿Será que nunca estaremos conscientes del error que cometimos al educar inapropiadamente a los que vienen tras nuestros pasos? ¿Debemos conformarnos con lo poco que ofrece el mediocre sistema educativo que permanece vigente pese a su ineficiencia, y seguir deformando en vez de formar?
Las preguntas sin respuestas caminarán por doquier y la atención precisa de parte de un Estado ineficiente siempre estará por llegar, pero nunca llegará, porque eso no es importante.
Mientras esperamos pacientemente la respuesta tardía de un sistema acostumbrado a vivir bajo el influjo de la corrupción, las instituciones educativas seguirán siendo simples centros turísticos, en los que el joven estudiante encontrará fácilmente lo que necesita para continuar con una vida frívola que no le conduce a ninguna parte, y el mundo, un lugar difícil de transformar.