*Rosita Lacouture de Vives partió a su encuentro con nuestro Señor; dejó atrás los momentos alegres y difíciles, y ahora, descansa en la vida eterna por siempre.
No sé qué quedará plasmado en este escrito en donde pongo mi firma, cosa rara en mí; tampoco sé cómo quedará redactado este social que nos tiene atravesado el corazón; como tampoco sé cuáles serán las palabras correctas y los tiempos de conjugación para escribirlo y si guardaré el rigor periodístico con que se debe escribir, en medio del dolor por la partida de un ser humano, eje de toda una familia. Solo espero que refleje la vida de una persona tan especial y que al final sea el mejor homenaje póstumo que ella pueda recibir, con todo nuestro cariño.
Tía Rosita, como siempre te llamamos desde niña, damos gracias a Dios por tu vida llena de enseñanzas y saberes que quedarán como una impronta en esta familia, agradecida de haber formado parte de ella, aún en los momentos más difíciles de tu vida, donde diste ejemplo de entereza e integridad.
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La familia, el mejor legado
Me acuerdo, como si fuera ayer, los momentos felices que vivimos en la casa familiar de tus papás, Papa Carlos y Mama Rosa, casa en donde tu naciste y pasaste una de las mejores etapas de tu vida; donde compartiste con tus hermanos y después pasaste esa herencia a tus hijos y ellos a los suyos. Me acuerdo, cada vez que paso por ahí, cuando con la Mona y Patricia, desde niñas, estábamos atentos a recibir la leche que llegaba de la finca en cántaros, y Papa Carlos, Carlos Aurelio Lacouture Daza, y Mama Rosa, Rosa, Herminia Dangond Daza, con su bella sonrisa y sus transparentes ojos azules, nos levantaba para ayudar en los menesteres diarios.
Esa casa deja recuerdos inolvidables para los descendientes de Papa Carlos y Mamá Rosa, que seguramente no olvidarán lo felices que fueron allí, José, Alicia, Carlos y Alfredo (fallecidos) y Emma Perfecta, Inés, Hernando y tú, los hermanos Lacouture Dangond.
Viendo los recuerdos de tu feliz infancia y de tu noviazgo y matrimonio con mi tío Pepe, tuviste el privilegio de gozar de unos padres que te quisieron y como se dice muy cariñosamente “pechicharon” hasta más no poder, sin que ellos fuera óbice para que fueras una mujer con los pies en la tierra, que siempre estuvo para los suyos y para los que te necesitaron y acudieron a ti.
Su matrimonio y su descendencia
En tu casa hay una foto, como es obvio, en blanco y negro, del matrimonio con mi tío Pepe, José Benito Vives Campo, el 23 de diciembre de 1955, y viéndola tu rostro y tu belleza fueron tus características durante los 91 años de tu vida. De la casa de la Avenida Santa Rita, pasaste a vivir un tiempo en la casa solariega de tus suegros, hoy sede de EL INFORMADOR, José Benito Vives De Andréis y Silvia Rosa Campo de Vives, quienes te acogieron como una hija más y te integraste en esta familia, dejando una huella imborrable. Posteriormente, con mi tío Pepe, y parte de tus 10 hijos ya nacidos, salieron a fundar un hogar lleno de amor, cariño, y respeto, en la casa ubicada en la Avenida del Libertador, con 16 A; después mis papás, Nelson y Beatriz, se mudaron para allá, quedando las dos casas separadas por una calle, pero unidos por el corazón y la vida.
Todo lo que viste y viviste con tus padres, supiste enseñarles a tus hijos, José Benito, (fallecido) y casado con María Teresa Zúñiga; Silvia Rosa, casada con José Gregorio Sánchez; Luis Eduardo, casado con Ana Milena González; Juan Ignacio, casado con Silvia Rosa Campo; Raúl Alberto, casado con María Margarita Villaquirán; María Teresa, casada con Carlos Alfredo Méndez; Patricia, casada con Jaime Solano; Roberto Eusebio, casado con María Margarita Cabello; Mauricio Ernesto (fallecido) casado con María Isabel Castro y Álvaro Luis, casado con Angelina Habeych, quienes fundaron una numerosa descendencia de hijos, nietos y bisnietos, que te despiden hoy con el corazón arrugado y partido, pero con una huella indeleble, que fue la vida de Rosa María Lacouture Dangond, mi tía Rosita.
Fuiste una madre ejemplar, católica, paciente, hacendosa, preocupada, digna, virtuosa y sobre todo atenta por tu descendencia, que aprendió que la vida se vive en el momento y que el núcleo familiar es lo más importante. Fuiste el apoyo y pilar fundamental en la vida de mi tío Pepe; estuviste en sus buenos y difíciles momentos; no te separaste de él bajo ninguna circunstancia, siempre al pie, pendiente, atenta y cariñosa y afectiva, en otras palabras fuiste una piña con él, y su partida el 23 de noviembre de 1996, a la edad de 70 años, fue determinante en tu vida; pero lo supiste afrontar y seguiste con tu prole adelante, hasta que la violencia, esa violencia que azota a los colombianos, te dejó con el corazón y el alma partidos y heridos de por vida.
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Las pruebas de la vida
Nunca entendimos, pero si aceptamos la voluntad de Dios, ante esa violencia tan feroz, demencial y cruel para llevarse en esa forma tan desalmada y brutal, la vida de Pepe y Mauricio, padres de seis niños, uno de ellos aún no nacido, que les arrebataron la vida de sus papás de un tajo. Esa mujer fuerte, dinámica y solicita, vio cómo partían sus hijos en plenitud de su vida, cuando cumplían con su deber familiar. Mi tía Rosita afrontó este duro golpe, que llevó por siempre en forma silenciosa, acatando la voluntad de Dios, abrazando a sus nietos, siendo abuela querida y ejemplar, como deben ser todas las abuelas y aún más en su caso particular, porque no es fácil para una madre, despedir a sus hijos, verlos partir hacia la Eternidad, y seguir amándolos por siempre, más aún cuando se cree que parten primeros unos y después los más jóvenes.
Una mujer hecha con berraquera
Ella era de una forma diferente; mostró con el dolor de su alma y corazón, que debía seguir adelante; sabía que tenía que sacar a su familia del dolor en que estaba inmersa y dio la pauta para ello. A su alrededor se congregaron los suyos y la rodearon para caminar con ella y así lo hicieron sus otros 8 hijos, 35 nietos y 19 bisnietos y los que vienen en camino, para la dicha de Dios y de la familia de mi tío Pepe y mi tía Rosita.
Tía, contigo encontramos respuestas a las dudas, las puertas abiertas de tu casa; supimos, a pesar de tus preocupaciones y dolores, de estar siempre pendiente de tus hermanos que quedan vivos; del bienestar de tu tribu; de la amistad, la unión y la familiaridad con tu prima, cuñada, amiga y vecina, mi mamá, sobre todo cuando había que solucionar urgencias de las travesuras infantiles de tus hijos y de estar atentos de la infancia de tus hijos y de mis hermanos, cuando jugábamos hasta altas horas de la noche con nuestros vecinos, todo eso antes que la inseguridad y la violencia arrasara tu tranquilidad.
Estoy segura que hablo a nombre de mis hermanos, de mis primos Vives Campo, de mi tío Alfonso, de mis tías Beatriz, Olga y Elsy, que también es tu prima, pidiendo que, en estos momentos de tu Encuentro con el Señor, este rodeado de su maravillosa misericordia y que el Espíritu Santo, lleve tu alma para que brille por siempre en la eternidad.
Aquí nos quedamos con tu herencia, con mis primos, a quienes solo resta abrazarlos y acompañarlos en estas circunstancias de dolor y tristeza, en momentos en donde solo queda espacio para recordar tu paso por esta vida; de acordarse de los momentos felices vividos contigo en tus cumpleaños y en ocasiones de celebración especial, cuando se congregaba la familia.
No tengo palabras para darles el pésame a mis primos, solo tengo estas que me nacen del corazón, porque ellos saben que despedimos a una tía super querida y especial para nosotros, vecina de afanes y afugias y tristezas familiares, de alegrías y satisfacciones, una tía que con solo atravesar estaba ahí dispuesta y atenta y que nos hará una tremenda falta.
Por: Cecilia Vives Lacouture Editora de EL INFORMADOR