Lord Byron, Frankestein y Drácula

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Georges Gordon Byron, el famoso Lord, creció en la pobreza luego de que su padre, el loco Jack, dilapidara su fortuna y abandonara a su familia. Noble tardío por el fallecimiento de su tío abuelo Lord William, de quien hereda sus deudas, una propiedad en mal estado y sus títulos, poco apreciados por el poeta del romanticismo británico (movimiento asimilado al de los “poetas malditos” franceses), opuesto a la Ilustración y al neoclasicismo.


Poco edificante fue la vida del “cojo bribón”, como le llamaba su madre Catherine, con quien mantuvo una relación de amor-odio. Byron era reluctante a ocupar un escaño al que tenía derecho en la Cámara de los Lores, pero llegó ahí para defender los luditas, quienes protestaban por la creciente industrialización de Inglaterra y temían por sus puestos de trabajo; fue su única intervención en el parlamento, rechazando en memorable discurso la pena de muerte que proponía la ley Framebreaking Bill: fue el único opositor a ese proyecto.


Brillante estudiante en Cambridge, su vida era escandalosa para la puritana sociedad británica, que además rechazaba su apoyo a los marginados y a la libertad de los pueblos. Ácido, insolente, crítico y antipatriota, fue acusado de subvertir a la sociedad con su obra, mezcla de horror, burla y calumnia. Gracias a ello también tuvo gran popularidad; su desparpajo y espíritu aventurero le proporcionaron numerosos seguidores. Entre sus poemas satíricos (obscenos e impíos, decían), su vida licenciosa y los rumores maliciosos que mencionaban incesto y otras conductas escandalosas comparadas con las de Calígula y Nerón, Byron se despidió de Inglaterra: Su periplo por distintos países lo lleva a Suiza; y acá comienza una interesante historia.


El escenario: Villa Diodati en verano, muchos días lluviosos. Byron, acompañado de su joven médico John Polidori y otros huéspedes: el poeta Percy Bysshe Shelley, su mujer Mary Wollstonecraft (después, Mary Shelley) y su hermanastra Claire Clarmont, examante de Byron, y Allegra, la hija de ambos. La lluvia incesante del “año sin verano”, la catástrofe climática de entonces, los confina varios días en la casa; en las noches juegan a leer en voz alta cuentos de fantasmas. Byron propone que cada uno escriba una historia de terror que debe compartir con los demás: ganará el cuento más terrorífico. Solo Polidori y María completan el reto. 


Polidori, escritor intrascendente a sus 20 años, concibió a la luz de las velas “El vampiro”, antecesor de Drácula; narra la historia de Lord Ruthven, un misterioso aristócrata que encanta a las mujeres y bebe su sangre. Esta obra inicialmente le fue atribuida a Byron; en realidad, el galeno escribió la obra sin intervención de los presentes. El odio de Polidori a Byron por el menosprecio a sus artes se ve reflejado en esa obra; quizás Polidori no era consciente de ello. Cinco años más tarde, Polidori se suicida sin haber conocido el alcance universal de su obra. 


María Shelley, por su parte, concibió el argumento de “Frankenstein, el moderno Prometeo” debido a sus pesadillas originadas en las conversaciones de Polidori y Bysshe acerca de los experimentos de Luigi Galvani en los que aplicaba descargas eléctricas a los muertos intentando revivirlos. María Shelley pidió a su marido la revisión de la obra, dejando 3 versiones previas antes de su publicación. Hoy, todo un clásico de la novela gótica de terror, tiene distintas interpretaciones; representa claramente una crítica a la ciencia en pleno auge de la Revolución Industrial. La creación y destrucción de la vida y el desafío a Dios: arrebatarle el fuego sagrado de la vida.


Algunos creen que el embarazo prematuro de la escritora refleja el temor de las consecuencias para el feto. Las interpretaciones son muchas, pero se trata de una obra universal adelantada a sus tiempos. Una curiosidad; en Alemania existe un castillo llamado el de Frankenstein por las historias que esconde; allí, el alquimista Conrad Dippel desarrolló el ácido prúsico con el cual Polidori se suicidó.