Paradojas perversas

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Según la FAO, en 2019 unos 820 millones de personas (casi un 10% de la humanidad) carecían de alimentos en cantidad y en calidad suficientes. Millones de niños en el mundo padecen desnutrición y sus secuelas; 8500 mueren diariamente por hambre. En Colombia, un 13% sufre desnutrición crónica. África, América Latina y Asia meridional tienen mayor riesgo de inseguridad alimentaria, que hoy afecta a más del 25% de la población mundial; el primer mundo aporta un 8%. Mientras tanto, las cifras seguirán creciendo, principalmente en países de menores ingresos: India, Nigeria, Congo, Pakistán, Tanzania, Uganda e Indonesia, También, Estados Unidos.

Debido a la creciente desigualdad socioeconómica, las migraciones se concentrarán en determinadas ciudades: la gente huye de la pobreza y el hambre. Afirma la ONU que Estados Unidos, Alemania, Canadá y Reino Unido recibirán más de 100.000 migrantes cada año, muchos ilegales, incrementando el problema alimentario. Mientras tanto, el mundo desperdicia anualmente 1300 millones de toneladas de alimentos. En algunos países se permite la práctica perversa de botar los alimentos cuando el mercado es desfavorable. Un informe de la FAO de 2018 muestra que el 45% de los productos vegetales, del mundo, frutas incluidas, se desperdicia. Se pierde un 30% de los cereales y un 20% de la carne, equivalente a 75 millones de vacas. El programa “Hambre Cero” de la FAO no avanza; por el contrario, el problema se incrementa diariamente. La gran paradoja es que hay comida suficiente en el mundo para que nadie sufra carencias, pero pésimamente distribuida. El primer mundo está azotado por la sobrealimentación.

El desaprovechamiento de los alimentos ocurre en toda la cadena productiva: cultivo, ganadería, pesca, producción, procesado, distribución y consumo. Todos los actores de la cadena, al igual que restaurantes y consumidores tienen cuotas de responsabilidad. Este desecho se traduce en mayor producción de metano, un potente gas con efecto invernadero, 84 veces más contaminante que el CO2, y responsable del 25% del calentamiento global. México, Canadá y Estados Unidos representan casi el 20% de la contaminación global por metano. Además, el ganado vacuno aporta 115 millones de toneladas de metano cada año.

En algunas grandes ciudades existen programas para reducir los desperdicios y proveer de comida a los necesitados. Por ejemplo, alimentos que son rechazados por “feos” o no adquiridos en supermercados, son donados para programas alimentarios. En ciertos países, agrupaciones de restaurantes y cadenas, al terminar el día ofrecen los alimentos no vendidos para evitar botarlos a la basura: en muchos países están prohibidos el reciclaje y la comercialización de productos perecederos procesados no consumidos en el día. No en todos, ciertamente. Hace poco en Alemania fueron condenadas a trabajo social dos mujeres jóvenes por sacar de la basura de un supermercado “productos económicamente sin valor”; diga usted, bananos manchados, lácteos vencidos o pan viejo. Pero, en Francia, esos productos deben ser donados. En el mundo, mucha gente sobrevive comiendo desperdicios. Las barreras culturales también afectan. La serie “Ugly Delicious” demuestra el racismo en las cocinas y la preponderancia de las tradiciones culinarias del mundo, apartando muchos alimentos usados localmente que, producidos a mayor escala, podrían paliar en parte el hambre mundial protegiendo de paso especies en riesgo.

¿Qué hacer? Los gobiernos deben apuntar al desarrollo sostenible: crecimiento económico con progreso social y equilibrio medioambiental, incluyendo la cadena productiva alimentaria. Minimizar la pérdida en la fuente implica el procesamiento de alimentos in situ. Reducir sustancialmente el consumo de carnes, particularmente vacuna y de ciertas especies en riesgo de extinción, incrementando la utilización de vegetales, fomentando el uso de variedades abundantes, nutritivas y sabrosas de baja utilización. Adicionalmente, estimular el uso del biogas para reducir las emisiones y mitigar el calentamiento global. Hay muchísimas otras acciones, realmente. Lo principal es tomar conciencia y exigir a los gobiernos la implementación de esos programas. Pero, desafortunadamente, esa concientización deriva de la educación que, gobiernos más empeñados en destruir al planeta, niegan a los ciudadanos. Como el nuestro, por ejemplo…