El loco antojo de Uribe

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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


A inicio de siglo, cuando la violencia tenía el país casi en la sepultura y no hubiese ciudadano que se encontrara amenazado por la terrorismo, por la intimidación, el secuestro y la extorción, cuando el campesinado colombiano acosado por el hambre le tocaba vivir en intimo contacto con la escasez y el desamparo, cuando aún blanqueaban en los campos los huesos de más de cien mil  compatriotas insepultos; cuando aún no se han secado las lágrimas de tantos hogares sumidos en la orfandad y en la miseria; cuando el país apenas comenzaba a creer que la paz no es un sueño irrealizable, cuando el apetito voraz de los violentos en sus más variadas y horripilantes formas diezmaban la población, asomaba entre el tumulto un hombre de loco antojo que deseaba implantar en el país, la nueva reencarnación social.

En el 2002 cuando tomó el poder, se empeñó de demostrar a los colombianos que más del 50% que lo llevaron al poder no lo hicieron vano, puso en marcha su loco antojo por la paz e inició un programa de robustecimiento de principio de autoridad, afirmó el orden de manera permanente, e inició para Colombia una honrada y respetada democracia. Su loco antojo lo enmarcó empeñándose en finalizar la guerra fratricida que hacía más de 40 años tenía al país sumido en el más alto estado de abatimiento.

Hoy quienes desean para Colombia el desbordamiento social, los que desean alejar al país de la inmortal paz, aquellos que señalan con los huesos insepulto de los colombianos los pasos imperfectos que perturban una sana concordia, han acudido al suplicio horripilante de la falsedad y del engaño a la justicia para verlo inmerso en una cárcel donde la falta de higiene a causa de la epidemia contagiosa que frecuenta al mundo tiene a las penitenciarías del país, en la más deplorable putrefacción.

A quienes persiguió en su gobierno hoy se encuentran investido de autoridad, y lo sorprendente es que aún no han dejado el ultraje contra el pueblo, es inaudito que aquellos, que aún se encuentra afanados en aumentar los caudales acumulados en medio de la matanza, se perciban no ya en las selvas colombiana, sino en el Congreso Nacional a la vista de todos los ciudadanos, blindados con normas parcializadas que impiden su captura, a pesar que sus manos nunca descansaron de mancharse de sangre por sus múltiples delitos.

Aquel que con su loco antojo deseó la paz para los colombianos, hoy se encuentra recluido en su finca por orden de magistrados, pero el país está convencido que con su loco antojo demostrará al país su inocencia, y la historia de Colombia para sentirse agradecida deberá registra su vida en un rico archivo.       



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