Nos encontramos ad portas de la celebración de los 500 años de la fundación de Santa Marta, fecha en la que nominal y legalmente la ciudad debió comenzar a registrar los grandes acontecimientos de su historia, pero apenas hace cinco los empezó a contar y a escribir en debida forma.
Para quienes cursamos el bachillerato hace algunos años largos, la referencia obligada más cercana del conocimiento de la historia la tenemos de nuestros dilectos y recordados profesores. En mi caso, por ejemplo, me agrada evocar el nombre de Rafael Guerra quien narraba con intensa pasión y algo de exageración macondiana la historia de Colombia desde los inicios de la conquista hasta bien entrada la independencia. Episodios y sucesos “tan reales” que llegaban a nuestros oídos como si el maestro los hubiera vivido en carne propia. Se nos pudieron borrar las enseñanzas pero nunca las caras, los gestos, los movimientos de las manos y las palabras con las adornaba la narración: el performance Perfecto.
La otra referencia estuvo en los encuentros fugaces con el dragoneante Luis Eduardo Pinto Fuentes, nacido en la ciudad de Bogotá en 1940, que de cartógrafo del Departamento de Policía del Magdalena en 1968 pasó a “guía histórico, relator y divulgador de la vida y obra El Libertador en la Quinta de San Pedro Alejandrino” (Historias del Departamento del Magdalena – Raúl Ospino Rangel de la Sociedad Bolivariana del Magdalena) El dragoneante Pinto no conocía la vida de Simón Bolívar, pero a medida que iban surgiendo las exigencias de su trabajo como guía, se impuso el reto de aprenderla, reunió una pila de libros de diferentes autores y comenzó a hablar sin parar de sus hazañas. Empacado siempre en su uniforme verde, portando con orgullo los galones de su rango militar y con fino acento español repetían una y otra vez el mismo cuento, que parecía lo había aprendido de memoria.
En relación con la historia de Santa Marta, no me extraña, muchos como yo alcanzamos a conocer al Doctor Arturo Bermúdez, pediatra y presidente por años de la Academia de la Historia del Magdalena y, otros más acuciosos, creo que pocos, lo estudiaron, como lo hicieron con autores que se preocuparon por dejar una huella histórica de su ciudad en textos y documentos impresos. El escaso apego de los samarios por el conocimiento de su pasado es una realidad que atraviesa y trasciende varias generaciones. Lo heredamos. Este desanimo infundido, perduró porque nunca se nos mostró el peso y la fuerza que tienen en lo andado para apostarle al futuro.
La pregunta que con frecuencia nos hacemos tiene que ver con la ausencia en la ciudad de Bastidas de efigies, estatuas o monumentos de “héroes locales” o personas que sobresalieron en algún periodo de nuestra historia: ¿O no somos dados a elogiar y a destacar por sus valores humanos la capacidad de los nuestros o definitivamente, no sabemos quiénes fueron ni en qué sobresalieron?