Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Hará menos de un mes, minutos antes de que se jugara el primer partido de la semifinal de la Copa Libertadores entre River Plate, el local, y Boca Juniors, los jugadores y directivos de este denunciaron la presencia de objetos extraños en el vestuario visitante, el que les correspondía utilizar.
En el entretanto, no obstante, el asunto dio de qué hablar. Acabado el juego de ida, y todavía lejano el segundo encuentro, alguien señaló que, en efecto, la victoria inaugural de River Plate había sido anticipada suficientemente por un brujo mexicano – ¿carnetizado riverplatense?- que, incluso, se atrevió a vaticinar que serían los del Muñeco Gallardo los vencedores de la serie. También se supo en ese interregno que, en la otra orilla, en la legendaria escuadra de Maradona, Gatti, Rattín, etc. (no de los colombianos que por allí pasaron hace un par de décadas, ninguneados en picante propaganda televisiva que el Xeneize ideó para hacer de tripas corazón, y ganar el chico), no se resignaron al rezago: contrataron los oficios de un hechicero de confianza, uno de postín y, especialmente, uno con sangre en el blanco del ojo: siendo hincha de River, alguna vez no lo invitaron a determinada fiesta del club y, luego, le quedaron mal en cosas de trabajo. De modo que Boca sí que tenía ahora quien le rezara la contra a su rival.
Llegó la vuelta en La Bombonera. Brujo en un banco, brujo en el otro, Boca fue hacia adelante desde el principio, como siempre, aunque solo con nervio: ganó su partido por la mínima y resultó eliminado del torneo. Se impuso, así, el nigromante mexica, cuyo pronóstico pudo verificarse aterradoramente exacto (había dicho que en el cierre River quizás perdía, pero que igual clasificaba dada la ventaja inicial). En el fútbol, no han sido exóticas las ritualidades negras, es sabido: recuerdo a un entrenador austral del Unión Magdalena que, en la pista del viejo Estadio Eduardo Santos, solía recoger la basura que lo rodeaba y metérsela en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla para alejar “la mufa”. No pocas veces se lo vio en estas, frenético, cuando el equipo iba perdiendo, y entonces, de pronto, ocurría el milagro del empate. Tiempos aquellos.
De las votaciones recientes, conocí la historia de cierto candidatazo al Concejo de Bogotá al que le dio por invocar la trashumancia del espíritu de Jorge Eliécer Gaitán (adivino que para pedirle consejo) en el propio barrio liberal y obrero de La Perseverancia, en la capital. Me contaron que la noche se salió de control, ignoro si por violación del Código Electoral (debe de estar tipificada la conducta), o porque, en verdad, se les apareció el del trapo rojo a los miedosos médiums.