¿Pesimismo?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Abundan por estos días de vaticinios las proyecciones que anuncian que este será un año excepcionalmente difícil en todo sentido (“complicado”, dicen), porque, de pronto, se ha descubierto (de la nada, diríamos) que el mundo está jodido.
Lo que pasa -como en la novela Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa- es que no se sabe bien cuándo se jodió el mundo. Ahí agrego yo: ¿será que eso pasó cuando alguien dijo que el reguetón era música y que era, no solo tolerable, sino necesaria en la vida diaria su escandalosa estampa prostibularia?; ¿tal vez sucedió el caos cuando la imagen se hizo más, mucho más importante, que el contenido de las cosas, al punto de que esto último se tiene en no pocos escenarios como algo simplemente accesorio?

¿O se jodió todo cuando a las crisis sociales y de física pereza y de auto-indulgencia de la gente (y de los jóvenes, especialmente) alguien les puso el nombre de crisis económicas y se culpa de la pobreza al Estado en general, y a los políticos en particular (quienes lo único que hacen es tomar franca ventaja de los menos espabilados que ellos)? No tengo nada en contra de los llamados millennials, es decir, de mucha gente alrededor del mundo de algo así como de treinta años o menos, pero encuentro peligrosamente curiosa su afición por la debilidad como forma de vivir: quejarse hasta los límites, no trabajar, indignarse por cualquier cosa, ser hipócritas en cuestiones políticas, buscar en las drogas soluciones a problemas profundos, deprimirse como por moda, decididamente no pensar en familia e hijos porque los consideran un lastre para su estilito de vida, etc.

O quizás el problema tuvo su germen antes: cuando el Internet hizo todo tan fácil que muchos se preguntaron –o no lo hicieron, pues para qué preguntarse bobadas- la razón por la que se requería disciplinar el espíritu para la adversidad cotidiana si esto ya no era tan necesario; cuando Facebook permitió que la gente fuera en multitudes a fiestas a las que no estaba invitada solo por el hecho de armar un tremendo desorden con el tiempo libre de la vagancia; cuando las distancias se hicieron insignificantes con el teléfono, la televisión, el avión, el carro..., y entonces no hubo excusa válida para no dejar de ser pueblerinos. El culto a la insatisfacción: la satisfacción inmediata.

En fin, es posible que todo haya empezado cuando el uso social de la electricidad hizo del futurismo la realidad de su momento, o cuando tuvo lugar la botadura de barcos de gran calado para ir a continentes y llevar “civilizaciones” a donde no había “nada”; cuando a un hombre primitivo le pareció que al fuego que encontraba entre los bosques le podría dar una utilidad práctica, o ya cuando a ese mismo cavernario le sonó la idea truculenta de la rueda como una eventual ventaja comparativa en la incomprensible tarea de sobrevivir.

El punto es uno solo: más allá de que se sea un convencido de que la vida es cosa que se vive en soledad, como base de la verdadera independencia; y de que nadie tiene por qué meterse en lo de nadie, como soporte de cualquier sistema político, también podría pensarse que no hay derecho a la estupefacción de estos días: en serio, ¿qué sorprende de lo que hoy pasa en el mundo, o en Colombia? ¿Acaso la configuración actual empezó ayer? Me parece que el pesimismo que exhiben cantidades de “preocupados” es una nueva pose, muy propia de estos tiempos: la del humanista repentino. Uno muy sofisticado. Más de lo mismo, pero en diferente presentación. Un buen año.