La cara oculta del milagro chileno

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Florencio Ávalos, el primer minero rescatado del derrumbe en Copiapó, será recordado por algún tiempo. Su nombre y su vida, lo mismo que la de sus compañeros de desventura, parecen dispuestos para el guión de una novela de la tragedia latinoamericana: hasta la fecha del "día D", 12 de octubre, encaja perfectamente en el libreto. En ese aciago marco, el mundo entero celebró con júbilo desbordado el rescate, uno a uno, de los 33 operarios sepultados en las entrañas de la tierra durante 70 larguísimos días.

La alegría del pueblo chileno fue compartida por todo el planeta: era un himno entonado por el respeto a la vida, demostrado por los australes con hechos ciertos. Nunca se dio por descontado que los mineros estaban muertos por causa del derrumbe de la mina San José; por el contrario, se hizo todo lo posible para tener certeza de su localización y estado: los buscaron, los encontraron y los mantuvieron vivos hasta el día de la salvación.

Trabajando en equipo, los civiles y militares chilenos hicieron gala de una sofisticada y efectiva ingeniería que localizó con vida a los mineros y llevó a feliz término el rescate que, en "tiempo real", captó la audiencia mundial. Chistes y anécdotas matizaban la angustia de los chilenos y extraños mientras, poco a poco, salían a la superficie todos los trabajadores. Recibieron regalos, homenajes, invitaciones y ya se habla de películas, libros y demás.

La vida de esos afortunados seres irá regresando a la normalidad después de haber concentrado la atención de los medios y la gente del orbe. Las angustias y desventuras harán parte de su diario transcurrir. De hecho, ya se habla a "sotto voce" de la quiebra de la empresa que explota la mina San José la cual podría no responder con los salarios en un tiempo corto; algunos de los rescatados se quejaron de las deplorables condiciones de su trabajo en los socavones y pidieron mejorarlas; también se ha mencionado el riesgo y la paga del trabajador de las profundas cuevas, relativamente buena para el país austral pero que, dicen algunos, no compensa ni la inseguridad ni el esfuerzo y, menos aún, si terminan después desempleados, como podría suceder fácilmente con los mineros rescatados de ser cierta la situación económica de la compañía.

No es la primera tragedia que ocurre en las minas chilenas y tampoco será la última. Chile deriva de la minería la porción muy importante de sus ingresos, lo cual se traduce en una gran población expuesta a las trampas de los socavones, en condiciones de seguridad poco favorables. En 1945 hubo una explosión dentro de una mina en Sewell, con 354 muertos.

Estallidos por gas grisú han dejado muertos dentro de las minas en varias ocasiones. Arenas Blancas, Schwager y muchas otras localidades se han convertido en lugares donde la muerte ha segado la vida de 742 personas en 650 accidentes ocurridos en faenas mineras entre 1990 y 2005. En los países del mundo donde la minería es un aporte económico fundamental, los operarios de las cuevas ponen la cuota de tragedia. Baste decir que las naciones tercermundistas aportan la mayoría de los fallecidos.

Colombia cuenta con una alta cantidad de mineros que, en condiciones deplorables, horadan la tierra en busca de esmeraldas, oro, platino y otras materias valiosas, tratando de sobrellevar la pobreza en condiciones infrahumanas, poniendo el riesgo mientras las ganancias terminan en las arcas de ricos empresarios que usufructúan su desdicha.

Cada año, Antioquia, Boyacá y Chocó especialmente ponen numerosos muertos anónimos que no llegan a merecer el despliegue mediático de la desgracia chilena felizmente culminada. Las víctimas parecen provenir de un diabólico juego que se debate entre la necesidad, la codicia y la aventura. Hoy, algunos están perdidos en las simas sin esperanzas de vida.

La diferencia es grande. Mientras en Chile anunciaron marchas de trabajadores para buscar mejores condiciones y algunos parlamentarios piden las investigaciones de rigor mientras se van conociendo detalles que explicarían las causas del desgraciado episodio, en nuestro país esos poderosos que monopolizan las minas evitan cualquier acción de las autoridades que exponga la miseria de los trabajadores de los socavones.

Claro: en Chile son igualmente pocas familias las que dominan el negocio de la explotación minera, pero al menos allá queda la esperanza de una intervención seria de las autoridades, de que las presiones de los sindicatos de trabajadores logren mejorar la seguridad en las minas. Mientras tanto, en Colombia no hay esperanzas visibles para aquellos arriesgados colombianos que día tras día, como en una extraña ruleta rusa, pueden fallecer por derrumbes, explosiones, o disparos asesinos y que crónicamente desgastan sus organismos por exposición a una carga enorme de sustancias tóxicas, venenosas, mefíticas.

Definitivamente, la cara relumbrante del éxito del mediático rescate, esa que mereció la atención mundial invisibiliza la cara oculta de la diaria tragedia de millares se seres que, por toda la geografía mundial, mueren de a poco o, sencillamente, de un solo golpe de suerte, a veces no tan mala para muchos de ellos.