El 29 de diciembre de 1386, la Corte de Justicia de París presenció un evento que no solo marcó un hito en la historia jurídica de Francia, sino que también dejó entrever las complejas intersecciones entre el derecho, el honor y el poder político durante la Edad Media.
En ese día, Jean Carrouges y Jacques Le Gris se enfrentaron en un duelo a muerte aprobado por el rey Carlos VI para resolver una acusación de violación interpuesta por Marguerite de Carrouges, esposa de Jean. Este caso, conocido como el último juicio por combate en suelo francés, pone de manifiesto las tensiones y contradicciones de un sistema judicial que oscilaba entre el derecho consuetudinario y la arbitrariedad del poder del rey.
Ella acusó a Jacques Le Gris, escudero y amigo cercano de su esposo, de haberla agredido sexualmente durante la ausencia de su marido. En una sociedad profundamente patriarcal, donde la reputación de una mujer estaba indisolublemente ligada al honor de su marido, la acusación no solo amenazaba su propia vida, pues en caso de perder el duelo su testimonio sería considerado falso y la condenaría a muerte, sino también la honra y posición de los Carrouges. Por su parte, el acusado negó vehementemente los cargos, sosteniendo que las acusaciones eran infundadas y políticamente motivadas.
El sistema judicial medieval confiaba en métodos como los duelos judiciales para resolver disputas graves. Esta práctica, aunque revestida de una supuesta búsqueda de justicia divina, funcionaba más como un espectáculo de poder que como un mecanismo de resolución de conflictos. Al aprobar el juicio por combate, el rey Carlos VI validó no solo un sistema que privilegiaba la fuerza sobre la evidencia, sino también un ritual que reafirmaba su propia autoridad como árbitro último de la justicia.
El rey Carlos VI, conocido como el Bienamado en sus años tempranos y el Loco en su vejez, estaba en un momento crítico de su reinado. Permitir este duelo público no solo consolidaba su imagen como defensor de la justicia divina, sino que también le brindaba una oportunidad de distraer a la nobleza y al pueblo de los problemas internos del reino.
Desde un punto de vista jurídico, el caso es un recordatorio de la fragilidad de los sistemas judiciales que confían en métodos supersticiosos o arbitrarios para decidir sobre cuestiones de vida y muerte. Aunque el derecho consuetudinario medieval reconocía el testimonio de las mujeres en ciertas circunstancias, la decisión de Marguerite de hablar y exigir justicia fue un acto de valentía extraordinaria en un entorno hostil. Lo hizo aún sabiendo que pudo ser ejecutada quemada viva en la hoguera acusada de perjura.
Afortunadamente, el duelo terminó con la victoria de su marido, lo que fue interpretado como una señal de la voluntad divina. Aún así, el episodio plantea preguntas que resuenan en la actualidad sobre la relación entre el poder, la justicia y la dignidad humana.
El juicio y el duelo nos invitan a reflexionar sobre los avances y desafíos en la lucha por la justicia. Si bien hemos dejado atrás prácticas como los juicios por combate, hoy las víctimas de violencia sexual siguen enfrentando barreras significativas para obtener justicia, desde la revictimización en los procesos judiciales hasta la persistencia de prejuicios sociales que ponen en duda su credibilidad.
También nos recuerda la necesidad de sistemas judiciales que prioricen la verdad y la reparación sobre el espectáculo o los intereses políticos. La historia de Marguerite, aunque enmarcada en un contexto histórico diferente, sigue siendo relevante como símbolo de la resistencia frente a la injusticia y de la búsqueda de justicia más allá de las limitaciones del sistema en el que se vive.
Para concluir, este juicio con todas sus implicaciones legales, sociales y políticas es un recordatorio para los colombianos de que la justicia no debe ser un espectáculo ni un privilegio, sino un derecho fundamental al que todos deberían tener acceso, independientemente de las circunstancias o los tiempos en los que vivan.