El silencio como herramienta de poder

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Escrito por:

Luis Tabares Agudelo

Luis Tabares Agudelo

Columna: Opinión

e-mail: tabaresluis@coruniamericana.edu.co

Hipatia de Alejandría, una de las mentes más brillantes de la antigüedad, sigue siendo un recordatorio de cómo el conocimiento y la independencia femenina han sido históricamente reprimidos por estructuras de poder masculino.

Matemática, astrónoma y filósofa, se destacó no solo por sus logros intelectuales, sino también por su valentía al vivir en un mundo dominado por hombres. Su vida, influenciada por su padre, el filósofo y matemático Teón de Alejandría, y por las corrientes neoplatónicas, se convirtió en un símbolo de resistencia intelectual. Su trágico asesinato, orquestado por intereses políticos y religiosos, revela una herida histórica que resuena con la violencia sistemática contra las mujeres alrededor del mundo.

En el año 415 d.C. fue brutalmente asesinada por una turba cristiana instigada por Cirilo, el patriarca de Alejandría, quien buscaba consolidar su poder político. Bajo pretextos religiosos, la acusaron de bruja y de fomentar divisiones políticas entre el gobernador romano Orestes y la iglesia local. Fue secuestrada, desnudada, arrastrada por las calles de Alejandría y asesinada con métodos bárbaros, como el uso de conchas afiladas para desmembrarla. Su cuerpo fue quemado, borrando físicamente su presencia.

La causa de su muerte fue, en última instancia, el desafío que representaba para un sistema patriarcal e intolerante: una mujer educada, influyente y autónoma que no se subordinaba a los roles tradicionales. Su asesinato simboliza el miedo de las estructuras de poder frente a la emancipación femenina.

Su caso encuentra ecos dolorosos en la situación de las colombianas. Aunque hemos avanzado en reconocimiento formal de los derechos los hechos muestran que las estructuras de poder siguen operando para silenciar y marginar a aquellas que buscan desafiar las normas sociales y políticas.

En nuestro país la violencia de género persiste como una de las violaciones más atroces de derechos humanos. Los feminicidios, las agresiones sexuales y el acoso laboral son parte de una realidad que muchas enfrentan diariamente. Al igual que en la época de Hipatia, las que alcanzan posiciones de liderazgo o desafían las estructuras patriarcales enfrentan violencia simbólica y física. La politización de sus derechos, la revictimización en procesos judiciales y la impunidad crean un ambiente donde la vida y los logros son constantemente amenazados.

El asesinato no fue un acto aislado de barbarie, sino una expresión de un sistema que castigaba a quienes buscaban trascender los límites impuestos por el patriarcado. De manera similar, en la tierra de Colón, la falta de justicia efectiva para las víctimas de violencia perpetúa un mensaje de subordinación y miedo.

La Constitución colombiana de 1991 en el artículo 13 establece la igualdad de género como un principio fundamental. Sin embargo, el aparato estatal y las instituciones judiciales con frecuencia fallan en protegerlas. La inacción ante casos de feminicidio y violencia intrafamiliar refleja una complicidad institucional que recuerda la falta de justicia que rodeó el asesinato de Hipatia. La justicia se convierte en un privilegio en lugar de un derecho, dejándolas desprotegidas ante un sistema que las silencia.

La educación también sigue siendo un terreno de desigualdad. Las mujeres acá enfrentan mayores barreras para acceder a la educación superior, especialmente en zonas rurales. Esta exclusión perpetúa ciclos de pobreza y subordinación que son funcionales al mantenimiento de un orden patriarcal.

En síntesis, esta violencia, ya sea física, simbólica o estructural, es una herida abierta que el Estado colombiano tiene la responsabilidad de sanar. Esto no solo requiere leyes efectivas, sino también un cambio cultural profundo que valore y respete su autonomía. Hasta que esto ocurra, seguiremos siendo testigos de historias donde el miedo y el odio silencian a quienes desafían la injusticia.

Para concluir, los colombianos debemos asumir el compromiso de proteger la vida, los derechos y los sueños de las mujeres. De lo contrario, seguiremos perpetuando un sistema que, al igual que en el siglo IV, destruye a quienes se atreven a señalar el camino hacia un mundo más justo y equitativo.

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