Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
Piero se sentaba en un bar para observar la vida de Buenos Aires. Lo rememoro cuando, mirando a las personas en los parques, noto en su aspecto y actitudes la posible presencia de determinadas enfermedades crónicas. Un señor obeso de paso cansino, además de un evidente exceso de grasa abdominal, tiene glucosa y lípidos elevados en su sangre, hipertensión arterial y otras afecciones; «al menos camina», pienso. Seguramente derivó su condición de malos hábitos de vida y quizás dependa varios medicamentos para controlar sus enfermedades.
Un hombre musculado con prominencia abdominal trota: «el que peca y reza empata», parece declarar; quizás su alimentación es inadecuada, pero cree que el ejercicio compensa algunos excesos. Una mujer joven de figura aparentemente sana “se refresca” con una bebida azucarada; los niños disfrutan de coloridas paletas; ese ejecutivo que dormita en una banca seguramente durmió mal; llevó trabajo a su casa, trasnochó y se estresó para terminarlo “a tiempo”.
Son ejemplos de la vida real; de seguir así, esas personas probablemente desarrollarán no solo enfermedades metabólicas sino alteraciones cardiovasculares como enfermedad coronaria o hipertensión arterial, alteraciones neurológicas con deterioro cognitivo (Alzheimer o demencia senil), trastornos hormonales o desnutrición del adulto, entre otras condiciones, además de secuelas tales como daños articulares, otras cardiopatías, enfermedades renales o alteraciones visuales. No descartemos efectos indeseables de los medicamentos.
Actualmente, la resistencia a la insulina aparece en edades cada vez más tempranas, y ahora se detecta con más frecuencia en la población pediátrica relacionada directamente con la obesidad infantil que, a su vez, aparece en familias de niveles socioeconómicos bajos, con inadecuada educación alimentaria y pésima oferta alimentaria; los ultraprocesados y las pésimas costumbres alimenticias hacen estragos. Desde hace un siglo, la industria alimentaria viene desarrollando productos novedosos, listos para consumir, visualmente atractivos, económicos, resistentes a la degradación natural y sabores deliberadamente agradables pero adictivos, que reducen el trabajo de preparar comida en casa. Las bebidas y la comida chatarra se sumaron en el escenario con un demoledor apoyo publicitario.
Esta moda, que inicialmente no aterrizó en Europa y Asia, causó estragos en toda América; no obstante, el turismo que encuentra productos reconocidos y la persistencia de la industria están modificando los hábitos en todo el planeta, y las secuelas son evidentes. Las grandes cadenas de comida chatarra están presentes en las principales ciudades del mundo; la panadería industrial aplasta a la artesanal; los cárnicos ultraprocesados desplazan a los tradicionales; muchos lácteos de factorías tienen dudoso valor nutricional. Detrás, las industrias de aditivos alimentarios (químicos cuestionados) y las farmacéuticas trabajan conjuntamente.
Las recientes investigaciones nutricionales han encontrado los orígenes de varias afecciones asociadas a mala alimentación, los factores moleculares implicados, sus efectos sobre la salud y, lo principal, el entendimiento para prevenirlos o controlarlos. Tradicionalmente, la formación en nutrición en las facultades de medicina ha sido limitada, aun sabiendo que la alimentación adecuada y costumbres sanas son los primeros escalones para llevar una vida saludable. Si existen diferencias de criterio entre especialistas, es peor entre profesionales sanitarios no especializados.
¿Cómo afrontar esos problemas? Hay acciones básicas inmediatas como agregar ejercicio de fuerza a la actividad física rutinaria, dormir adecuadamente, reducir el uso de pantallas y exposición a la luz blanca, modificar la alimentación (no necesariamente implica costos adicionales mayores) y manejar adecuadamente la carga de estrés. Los gobiernos deben ahondar en la prevención, piedra angular para disminuir la acción médica “curativa” (muy poco cura, realmente) y, consecuentemente, la carga económica para el sistema de salud. La pedagogía y la alimentación escolar adecuada deben ser obligatorias, así como las campañas educativas orientadas a padres y maestros. Naturalmente, intensificar el objetivo de reducir la pobreza multidimensional mejorando el acceso a los alimentos saludables y a los conocimientos sanitarios básicos. A ello están obligados los Ministerios de Salud y de Educación, por lo menos. Pero el poder de las industrias alimentarias y farmacéuticas para evitarlo pesa demasiado. Contrarrestarlo es deber de todos.