La relación entre paz y desarrollo ha sido un tema de intenso debate desde que las Naciones Unidas consolidaron la idea de que ambos conceptos deben ir de la mano.
En la historia reciente, dos posturas destacadas representadas por Iván Illich y el Informe de la ONU en su Nueva Agenda de Paz de 2023 exploran cómo estos conceptos pueden unirse o separarse en función de los objetivos de cada sociedad.
Illich, un crítico profundo de las instituciones modernas, cuestiona en su discurso inaugural de la primera reunión de la Asian Peace Research Association en 1980 la idea de vincular paz y desarrollo. Para él, el desarrollo, como lo promueven los organismos internacionales, representa una violencia estructural que destruye las culturas locales, imponiendo un modelo económico de escasez y consumo. Lo que él llama la pax œconomica es una paz artificial que empuja a las comunidades a depender de un sistema productivo ajeno a sus valores y modos de vida, homogeneizando las culturas y subordinando la paz popular —centrada en la subsistencia y la convivencia local—a una lógica de mercado.
Por otro lado, la ONU, a través del Informe de Políticas de Nuestra Agenda Común, presenta una visión que resalta la interdependencia entre paz y desarrollo, argumentando que es fundamental para erradicar las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad y la violencia. La paz, en la visión de la ONU, es tanto un fin como un medio para el desarrollo sostenible, lo que permite, mediante la Agenda 2030 y el ODS 16, que las políticas inclusivas se vuelvan esenciales para construir una paz duradera. Además, subraya que la paz sostenible necesita justicia social, cohesión y sostenibilidad.
Ambos enfoques reconocen que el desarrollo, en su forma tradicional, ha marginado y empobrecido a muchos sectores sociales. Mientras Illich ve en el desarrollo un instrumento de dominación y enajenación cultural, la ONU admite que el desarrollo debe reformarse para no aumentar las desigualdades y, por el contrario, promover una paz auténtica. Esta coincidencia en la crítica a las políticas de desarrollo vigentes es un punto de acuerdo importante, aunque sus caminos para resolverlo difieren notablemente.
En cuanto a la paz, ambos la consideran más que la simple ausencia de conflicto. Illich enfatiza que la paz debería permitir a cada cultura prosperar sin interferencia externa, mientras que la ONU propone una paz que incluya la justicia social y la equidad, que aborde las causas profundas de la injusticia y la violencia. Para Illich, la paz es un proceso de autogestión, un respeto por las particularidades locales, sin imposiciones de un modelo de bienestar o progreso. Para la ONU, la paz se construye en un marco inclusivo donde el desarrollo actúa como un elemento preventivo de conflictos, una herramienta que, bien dirigida, puede eliminar la pobreza y la desigualdad.
Sin embargo, sus diferencias son claras. Illich aboga por desacoplar la paz del desarrollo, argumentando que la intervención internacional a menudo introduce valores ajenos que desarticulan el tejido social y atentan contra la paz popular. La ONU, en cambio, ve en la cooperación internacional una necesidad para resolver problemas globales, como el cambio climático y las desigualdades de género. En el enfoque de la ONU, un desarrollo inclusivo y sostenible no solo es compatible con la paz, sino que es su aliado indispensable.
En última instancia, ambos discursos nos invitan a cuestionar cómo entendemos la paz: como un derecho a la autodeterminación, sin intervención externa, como sugiere Illich, o como un proceso universal que debe integrar el desarrollo para ser efectivo, como propone la ONU. La pregunta queda abierta: ¿puede el desarrollo traer paz, o es en sí mismo una forma de violencia? Ambos puntos de vista reflejan los desafíos y tensiones de un mundo que busca paz en tiempos de profundas desigualdades y cambio climático, dejándonos con una reflexión esencial sobre qué tipo de paz queremos construir para nuestras comunidades.