Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
El vandalismo no es nuevo en el fútbol, lo sabemos; las historias de barbaries en este deporte son numerosas y tristes. A estas alturas, estos trágicos episodios no deberían ocurrir, pero siguen sucediendo, lamentablemente. Hooligans, firmas, barras bravas, ultras y otros apelativos señalan a gentes que desatan su violencia cuando se agrupan en torno a los colores de sus equipos favoritos o selecciones nacionales, algo propio del fútbol. Esta aberrante conducta arrastra insultos raciales, bolígrafos laser para desorientar jugadores, escupir y orinar a otras personas, peleas con armas, lanzamientos de objetos al campo o a hinchas rivales y otros comportamientos peores. Y esto no se limita a los barrabravas: algunos futbolistas saber incitar a las tribunas; muchos guardias están poco capacitados para trabajar con multitudes.
La película Hooligans, rodada en Londres, muestra el escalofriante hooliganismo por dentro. José Barritta, “el abuelo”, hincha del Boca Juniors, cambió para mal el comportamiento de las barras: se le comprobó judicialmente manejo y reventa de entradas, peaje a los puestos de comida, merchandising ilegal, extorsión a los clubes para obtener entradas y dinero, apoyándose en la violencia.
En 2013 y 2016, este diario publicó sendas columnas mías en las cuales analicé el fenómeno de las barras bravas; para entenderlo hay que abordar el asunto desde la raíz. Los expertos apuntan a fenómenos culturales, psicológicos y socioeconómicos; muy compleja y explosiva combinación de factores con abordaje complicado. Violencia intrafamiliar y social, desempleo, pobreza o el simple deseo de sobresalir en un entorno de pasiones desbordadas apoyándose en la fuerza de las multitudes son razones que se exponen. La simbología, vestimentas, tatuajes, lenguaje y actitudes configuran un entorno territorial que no debe ser traspasado; muchos barrabravas suelen caer en conductas delictivas que involucran atracos, microtráfico y consumo de alcohol, sustancias psicoactivas, extorsión, prostitución y hasta satanismo. Un líder de la manada manipula a multitudes de fanáticos llevándolos a la violencia y a la delincuencia organizada.
Un tranquilo oficinista puede convertirse en un agresivo barrabrava cuando se junta con sus compinches fanáticos: un doctor Jekyll y míster Hyde de los estadios. Se habla de políticos en busca de votos apoyando a esos desadaptados, y de autoridades cómplices; agregue a este peligroso coctel a ciertos periodistas y locutores de camiseta y fanatismo, de lenguaje violento, amén de algunos dirigentes salpicados de corrupción: los resultados aparecen por sí solos. Maradona denunció la descomposición de la Fifa y fue sancionado, pero el tiempo le dio la razón cuando surgió el Fifagate; ahora, Marcelo Bielsa menciona intereses perversos, y la Fifa le abre una causa que, probablemente, finalizará con un duro castigo al entrenador argentino, que de seguro tiene buenas razones. Vaya uno a saber que se cuece por dentro de esa oscura organización y sus filiales.
¿Qué hacer? El gobierno británico logró controlar a los hooligans: entendió que ese fenómeno sociocultural va más allá del fútbol; casi siempre los hooligans son gentes con problemas familiares, sociales y laborales. Más allá del asunto sociocultural, abordó el tema desde distintas ópticas; control policial, leyes más robustas, aplicables y efectivas; sanciones a las empresas que transporten holligans, cuerpos élite especializados, controles severos en las entradas de los estadios, captura de promotores de violencia y duras sanciones a los involucrados en vandalismo, impidiéndoles la entrada a los estadios, carnetización y acceso con huella dactilar, circuitos cerrados y cámaras con reconocimiento facial conectadas a bases de datos, silletería numerada para seguimiento de violentos, detectores de metales y un sinnúmero de medidas que aplacaron la violencia de los hooligans. Controlados los vándalos, se retiraron las vallas de protección y fosos a cambio de stewards y policía especializada. El gobierno ayudó con créditos a los clubes para poder implementar todas estas y otras medidas. No sé si acá se puedan resolver los problemas socioculturales de esos desadaptados, pero sí es necesario controlar esas manifestaciones violentas que alejan a muchos aficionados de los estadios. Inglaterra nos mostró la senda.