Neoiluminismo fracasado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Las decisiones de la Corte Penal Internacional (CPI) y de la Corte Internacional de Justicia de la ONU son decisiones más de carácter moral que otra cosa.  La primera ordena la detención de Netanyahu y uno de sus ministros, y la segunda ordena que Israel detenga inmediatamente la ofensiva sobre Rafah. 

Lo primero es anotar que es una total insensatez colocar en el mismo plano a Netanyahu y a los líderes de Hamás; estos últimos también con orden de detención.  Netanyahu es el líder de una nación democrática, mientras que los otros son terroristas.  Y segundo, la ofensiva no puede ni debe detenerse porque ahí están los últimos batallones de Hamas y no destruirlos haría todo lo sucedido en vano.  Hamás debe ser borrado del mapa a cualquier costo.

El derecho internacional desde sus inicios ha tenido el problema de hacerlo cumplir; depende prácticamente de la buena voluntad de los Estados.  Y detrás de la fachada de legalidad y justicia se esconde la ley de la selva.  Es decir, hay dos estándares.  El de los países fuertes militar o económicamente o ambos, que no aceptan la supremacía del derecho internacional sobre el derecho nacional, y el de los países subdesarrollados, que han aceptado la referida supremacía.  Ahora bien, los países para aceptar la jurisdicción de un organismo internacional deben firmar un tratado.  El Estatuto de Roma que creó la CPI no fue firmado por las grandes potencias ni por Israel.  Es decir, lo que falle no es reconocido por los países no firmantes.  Cuando la CPI ha tenido algún éxito en sus funciones ha sido porque de alguna manera las superpotencias no firmantes le sirvieron en bandeja de plata al acusado.  Valga mencionar que Putin tiene la misma orden de Netanyahu, y hace poco viajó a China sin que le sucediera nada.

Más allá de la apariencia legal, en mi opinión, el quid del asunto, es un intento de Europa Occidental de recuperar su peso geopolítico.  La Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial abandonó su protagonismo y poder de influencia y se dedicó a dar lecciones de moral y de prácticas aceptables en lo divino y lo humano (soft power).  Se dedicaron a persuadir con la razón y no con las armas; le dejaron lo segundo, el hard power, a los Estados Unidos.  Sin embargo, los últimos acontecimientos geopolíticos los despertaron del dulce sueño.   De la noche a la mañana, Rusia pasó de ser un aliado a una amenaza existencial, y en cuestión de tres décadas, el resurgir chino plantea desafíos geopolíticos inmensos, los cuales deben confrontar so pena de perecer.  Esto ha llevado a un cambio de actitud; por esto vemos a un Macron vociferante y convertido en matón de barrio.  De hecho, fue el primero en decir que apoyaba a la CPI con respecto a Netanyahu.

La Unión Europea, para dar nombres propios, quiere y necesita fortalecerse militarmente para detener cualquier agresión contra su territorio; esto en adición a la Otan.  Son conscientes que todavía necesitan de la protección de los Estados Unidos.  El enfoque sería aumentar significativamente su capacidad de pelear una guerra convencional.  En plata blanca, la Unión Europea pretende ponerse de tú a tú con las superpotencias y así poder influir efectivamente en los asuntos globales.  Ni que decir de la transformación de su economía para poder hacer todo esto, y además competir con los productos de otras partes; una especie de reindustrialización. 

Éste cambio de actitud de la Unión Europea y su recién encontrada agresividad es lo que transpira en las decisiones objeto de ésta reflexión.  Un intento por influir en lo que está sucediendo en el mundo.  El problema es que este paso lo han dado con base en el dictamen de la opinión pública y terminará siendo un fiasco más.