Premios Nobel, ¿mentes universales?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La obtención de un Premio Nobel o alguno similar se considera signo de sabiduría, mente superior, conocimiento privilegiado o todo junto. Sin duda, la inspiración, la creatividad y el trabajo intenso pueden conducir al máximo pedestal del conocimiento, al menos en determinados campos del talento humano. No obstante, estos personajes a veces oscilan entre esa superioridad intelectual y la creencia en ideas dudosas. La llaman la enfermedad de los Nobel, el efecto Nobel, el síndrome Nobel y hasta nobelitis, según Laura Plitt, de la BBC.

Un listado de personajes afectados por esa condición nos indica que el pensamiento crítico no necesariamente va de la mano del conocimiento. De hecho, algunos brillantes pensadores tienen o apoyan creencias extrañas, inclusive teorías de conspiración. Según Sebastián Dieguez, neurocientífico de la Universidad de Friburgo, existe una desconexión entre la inteligencia o el éxito científico y la racionalidad. Estos notables científicos no necesariamente aplican el pensamiento crítico a las disciplinas que están fuera de su espectro de conocimiento que, además, suele ser estrecho. Según Shauna Boues, neuropsicóloga de la Universidad de Emory, cuando se trata de temas ajenos a nuestros saberes recurrimos a prejuicios o atajos mentales sin la misma rigurosidad científica que empleamos con los que dominamos. “Aplicar el pensamiento crítico requiere más esfuerzo y conciencia del que nos permitimos admitir”, dice Boues. “La inteligencia no nos inmuniza contra las ideas descabelladas; el pensamiento crítico está bastante separado de la inteligencia”.

Mientras que la inteligencia nos ayuda a resolver problemas y adquirir información, el pensamiento crítico tiene que ver con el uso y sentido que les damos. A Linus Pauling, dos veces Premio Nobel, un pionero de la química moderna, le debemos el excesivo consumo de vitamina C; basándose en estudios plagados de errores, sostuvo que dosis altas de esta sustancia podían sanar la gripa y curar el cáncer. Aún sigue vivo el equivocado concepto y los laboratorios productores reciben ingentes cantidades de dinero por fabricar vitamina C. 

James Watson, Nobel compartido en 1962 por el descubrimiento de la doble hélice del ADN, sostuvo que los blancos son más inteligentes que los negros, y que esa imaginaria diferencia intelectual se debe a factores genéticos. Afirmó también que quienes viven en la zona ecuatorial son más proclives a los impulsos sexuales, y que los gordos son menos ambiciosos; dañinos prejuicios sin fundamento alguno. Luc Montagner, quién aisló por vez primera el VIH, creyó que el agua puede recordar ondas electromagnéticas provenientes del ADN de virus y bacterias. Recomendó papaya fermentada para el tratamiento del Parkinson; su ilimitada audacia lo condujo a criticar las vacunas Covid 19, acusándolas de causar el surgimiento de nuevas variantes del virus. Ian Giaever, Nobel de Física compartido, es crítico del calentamiento global, ya demostrado; dice que no representa problema alguno y que se trata de una nueva religión. Hay muchísimos ejemplos más de brillantes científicos despistados.

Podemos preguntarnos si la avanzada edad de estos personajes, los déficits cognitivos consecuentes, sus creencias y prejuicios previos o su capacidad de influenciar en los demás los lleva a emitir conceptos cuestionables. Naturalmente, todos podemos caer en la situación de debatir acerca de temas que desconocemos. Según Eleftherios Diamandis, de la Universidad de Toronto, el caso de los Nobel es especial, y circunscribe la “nobelitis” exclusivamente a estos personajes. Inmortalizados por el Premio Nobel, algunos afrontan temerariamente temas que desconocen. Están lejos de ser autoridad en asuntos distintos a los que dominan, pero se presentan como voz confiable en el debate público. Por ejemplo, Frederick Banting descubrió la insulina; pensó que también podía descubrir la cura del cáncer, asunto que desconocía totalmente. Naturalmente, fracasó.

"Aún cuando hayas hecho un descubrimiento importante en un tema muy puntual, no te da derecho a pensar que tienes mejores ideas que los demás en otras áreas", concluye Dieguez. Humildad, mente abierta y pensamiento crítico siguen siendo los mejores antídotos. La nobelitis, aplicable a muchas otras actividades, es solamente un arrogante narcisimo.



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