Obesidad en Colombia

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Más allá de la rampante corrupción, el asqueroso narcotráfico, la agobiante violencia o la impresentable desigualdad, una gran tragedia nacional es la pésima alimentación y sus secuelas en la población infantil, particularmente las enfermedades no transmisibles. La alimentación tradicional ha ido de mal a peor y, desde hace algún tiempo, incluye en la dieta diaria toda suerte de alimentos ultraprocesados, comida chatarra, grasas nocivas y todas sus adehalas como salsas de dudoso valor alimentario, frituras y bebidas azucaradas, amén de aditivos, conservantes, saborizantes y otros elementos perjudiciales para la salud de las personas.





La obesidad es forzosa consecuencia de lo anterior y antesala de patologías incapacitantes, de alto costo social y gran impacto en las finanzas estatales: enfermedad cardiovascular, respiratoria, problemas osteomusculares, diabetes y otras alteraciones metabólicas, enfermedades digestivas, depresión, pérdida de la autoestima y otras patologías mentales y, finalmente, mala calidad de vida personal, familiar y social. El estado se responsabiliza por los elevados costos en la atención de estas personas. La deficitaria educación nutricional, el bajo impacto de las acciones preventivas, la exigua capacidad de compra de la inmensa mayoría de los ciudadanos o deletéreas costumbres ancestrales nos conducen irremediablemente a una catástrofe sanitaria que impacta con mayor rigor en la población infantil.

Las estadísticas nos cuentan historias espeluznantes: según el Ministerio de Salud Pública, casi un 60% de los colombianos sufre de sobrepeso; un 40% de la población adulta entre 18 y 64 años tiene exceso de peso y casi un 20% padece obesidad. La obesidad abdominal en mujeres alcanza el 60%; en los hombres, un 40%. El caso de la población infantil es más complejo, pues las carencias nutricionales afectan su desarrollo psicomotor con secuelas importantes para su vida adulta, especialmente en aspectos neurológicos, cognitivos, psicológicos y sociales. Como formas de malnutrición, la OMS incluye la desnutrición proteico-calórica con retraso del crecimiento y afectación de los huesos entre otras peligrosas situaciones, desequilibrios en vitaminas y minerales esenciales, sobrepeso, obesidad y otras enfermedades no transmisibles asociadas a estas 

últimas; cerca del 45% de todas las muertes en menores de 5 años está correlacionada con los problemas nutricionales, y esto es más visible en países con ingresos bajos y medios, en los que las tasas de obesidad infantil crecen de manera sostenida. “De desigualdad nadie se ha muerto”, dice un bárbaro que funge de parlamentario.

Si los niños comen mal, vivirán mal, afirma Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef. Para prevenir afectaciones futuras a los infantes, es importante asegurarles una alimentación saludable desde su nacimiento, suficiente, completa, variada y adecuada a sus necesidades. Los hábitos alimentarios se adquieren desde la niñez, y la memoria juega un papel fundamental. Un estudio de 2019 revela que, en el mundo, uno de cada tres niños padece de desnutrición o sobrepeso, secuelas de mala alimentación; lo complicado es que las enfermedades prevenibles aparecen a edades cada vez más tempranas. Hay un evidente abuso de alimentos ultraprocesados, grasas dañinas, embutidos, refrescos azucarados, comidas chatarra, dulces y frituras.

Para revertir estas tendencias, el estado debe liderar los procesos encaminados a proveer una nutrición adecuada y estilos de vida saludables. La tradición pesa demasiado; el excesivo consumo de frituras, grasas dañinas y carbohidratos, y la baja ingesta de verduras y frutas es parte de la dieta diaria colombiana. Se requiere educación nutricional a padres y educadores, vigilar que la alimentación escolar sea adecuada, completa y balanceada; sobre todo, que los recursos destinados al PAE lleguen completos y se usen debidamente. Además, los ingresos familiares deben ser suficientes para garantizar la adquisición de alimentos saludables. Se opone a esto el hecho de que más de un 40% de las familias son madres cabeza de hogar; también la alta informalidad laboral, el trabajo infantil (5%), entornos sociales complicados y otros factores de difícil control.

Es, pues, tarea conjunta de los ministerios de salud, educación y trabajo, Bienestar Familiar y los entes territoriales. La prevención es la clave.