Un mundo utilitarista

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Si Jeremy Bentham viviera, quizás estuviera celebrando: su pensamiento utilitarista, posiblemente mal entendido -también es cierto-, encontró terreno fértil en estos tiempos y crece implacable como plaga bíblica. Podemos imaginar a un joven Jeremy en una conversación filosófica con sus contertulios mayores o elogiando las disertaciones del ya entrado en años Samuel Johnson. ¿Habrá debatido su modelo filosófico con otros pensadores ingleses?

La Revolución Industrial cambió el mundo para siempre trayendo consigo nuevos paradigmas. Los carruajes a tracción animal dieron paso a las máquinas, más rápidas, eficientes y productivas. Aparecen locomotoras, automóviles, barcos motorizados y, con ellos, carreteras, líneas férreas, canales y los puertos cambian; la industria textil y la extracción de minerales multiplican el dinero y la economía pasa de agrícola a industrial: todos acogen con los brazos abiertos a esta nueva era de la humanidad. La riqueza y la capacidad adquisitiva de los ciudadanos se acrecientan, se democratiza la adquisición de bienes; los servicios y el PIB crecen como nunca.

La industrialización se dispersó por todo el planeta; el utilitarismo de Bentham estaba en apogeo. Aparecen también nuevos problemas: brotan las megaciudades, la burguesía y el proletariado se suman a la sociedad. En Estados Unidos, Frederic Winslow Taylor organiza el trabajo y su paga según la productividad; se crean los sindicatos y surgen sus luchas por las leyes laborales, y los derechos de los trabajadores y de las mujeres. La dependencia del petróleo y el carbón obliga a los países industrializados a buscarlos en ultramar: la democracia y la libertad se convierten en las banderas de los nuevos invasores. Los cambios se suceden con demasiada rapidez.

La educación se vuelca hacia la nueva era industrial; todos, hombres y mujeres, hijos de obreros y potentados debían estudiar lo mismo y desarrollar las mismas habilidades, a excepción de los nobles, que se preparaban para dirigir esa cambiada sociedad. Así, para lograr su pleno desarrollo, necesita de las ciencias; las humanidades empiezan a ser desplazadas hacia oscuros rincones académicos: todo debe ser productivo y rentable o no tiene valor. Literatura y poesía, arte y filosofía y, en general, todo lo que implique la expresión del pensamiento humano pierde alcance social. Se apetecen las ciencias administrativas y productivas porque generan grandes cantidades de dinero. El cine aparta al teatro, los periódicos a los libros, la televisión a las tertulias, la farándula y el entretenimiento opacan a las artes, y la industria expulsa a los artesanos; la estética se transforma. Sí; todo en la vida es evolutivo y anclarse en el pasado es tan excluyente como sólo valorar el presente. Pero esta nueva escena no es mejor en cuanto a pensamiento y expresión se refiere. Hay una ruptura, posiblemente irreparable.

Los esfuerzos educativos de naciones industrializadas desprecian a las humanidades favoreciendo a la ciencia y la tecnología, necesarias sí, más no superiores. Lo había advertido Charles Percy Snow en 1959: las diferencias de conocimiento y las polémicas entre ciencias y humanidades siguen vigentes. No obstante, los estudios de humanidades se encuentran devaluados socialmente. Los utilitaristas las consideran tiempo perdido; ven en ellas desperdicio de energía, talento y dinero. Son víctimas de la era industrial, pero no son sus enemigas; por el contrario, se complementan.

Hace poco, Australia decidió disminuir los costos de los estudios en ciencias y tecnologías entre 20 y 60% para ayudar al crecimiento económico, al tiempo que duplicó el precio de la formación en humanidades. Duro mensaje para estas carreras que ahora están únicamente al alcance de los privilegiados, como en el medioevo. Algunas universidades prestigiosas declinan fomentar estas profesiones; se fijan principalmente en los cargos e ingresos de sus egresados, que pesan mucho en las clasificaciones. ¿Crecimiento económico versus desarrollo espiritual? El desierto intelectual que se avecina nos empuja hacia una catástrofe: producir ingentemente por encima de la salud del planeta y de la vida misma. Así, terminaremos bebiendo petróleo y comiendo carbón. Es el legado del Antropoceno: utilitarismo a ultranza.