Clichés inaceptables

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Asombra en grado sumo el desprecio de algunos colombianos anclados en el medioevo hacia las personas excluidas socialmente. La semana pasada, la periodista Paola Ochoa hizo con asombroso desparpajo unas desafortunadas declaraciones referentes a Francia Márquez, candidata a la vicepresidencia del país, en la que racismo, clasismo, aporofobia e insensibilidad reflejan ese oprobioso pasado que se niega a desaparecer. Irónicamente, la periodista fue transitoriamente fórmula vicepresidencial de Rodolfo Hernández; desde ese cargo se debe velar por el respeto a los derechos humanos.


El congreso de Angostura fue el escenario en el cual Simón Bolívar planteó oficialmente la manumisión de los esclavos en este territorio. En 1851, José Hilario López firma la ley que declaró libres a todos los esclavos en el territorio colombiano: “Los esclavos gozarán de los mismos derechos y tendrán las mismas obligaciones que la Constitución y las leyes garantizan a los demás granadinos”. ¿Un oxímoron? 


Fue doloroso el desarraigo forzado de africanos traídos a una tierra extraña en condición de esclavos. Los indígenas subyugados por los españoles habían quedado protegidos por la expedición de las Leyes de Burgos en 1512, que “eliminaron la esclavitud”, y las Leyes Nuevas de 1542, pero no funcionaron. Posiblemente, la enorme distancia entre España y estos territorios impedía el control: “La ley se obedece, pero no se cumple”, decían los colonizadores. La población nativa diezmada por distintas razones obligaba a reponer la fuerza laboral perdida. Portugal puso su cuota: los tratados de Tordesillas y Alcáçovas permitieron a los lusos disponer de los africanos, cazarlos y venderlos como mercancía. Las llamadas licencias, autorizaciones de la corona española, permitieron el tráfico de africanos hacia América a cambio de una contribución fiscal. Cartagena fue el puerto de recepción de los africanos esclavizados, que de ahí fueron llevados a otros sitios del país, principalmente la costa del Pacífico, para realizar trabajos forzados.


Fueron los indígenas quienes primero lucharon contra la esclavitud de los africanos; pero estos también se rebelan contra sus amos. Santa Marta, Neiva y Cúcuta, entre otras ciudades vieron acuerdos de dueños y esclavos para detener maltratos y mantener unidas a las familias. La más importante rebelión se dio en Palenque; los esclavos, dirigidos por Benkos Biohó, obligaron a la corona española a decretar su libertad. Vendría la libertad de vientres después de la “independencia” y, posteriormente, la “abolición de la esclavitud”. No la han tenido fácil los sucesores de los esclavos africanos. “Descendientes de Cam, hijo maldito de Noe, inferiores en cuerpo y alma”, decían. “La esclavitud es prueba impuesta por Dios para limpiar el alma de Cam”. “Rostros y rastro del demonio en Nueva Granada: indios, negros, judíos y otras huestes de Satanás”. Este pensamiento funesto fue amplificado y difundido a las embajadas colombianas por el ministro de relaciones exteriores, Luis López de Mesa, quien prohibió las visas a ciudadanos judíos.


El racismo sigue arraigado en mentes arcaicas y perversas; no se ha ido. Poco después de su desafortunada afirmación, la periodista presentó explicaciones y excusas; tardías, edulcoradas, poco convincentes, pero valen. La candidata las recibe con altura; bastante la han zaherido antes. A pesar de la Constitución Política de 1991, las mentes herederas de la “independencia” no se liberan de sus clichés; esas “razas inferiores” a las que ni alma les concedían “solo sirven para cocina, oficios varios y cosas así”. “¡No pueden ser doctores!; en qué mente cabe”. Tal vez por eso, a pesar de la vapuleada letra de nuestra constitución en la que se definen derechos fundamentales para todos los colombianos, muchos dirigentes prefieren hacerlos trizas y negarlos olímpicamente. Pleno siglo XXI y esos “arios puros” de abolengos imaginarios, provenientes de dudosas noblezas consideran que pueden trapear el piso con los ciudadanos afrodescendientes, que bastantes sufrimientos han soportado en la vida y mucho les ha costado ser reconocidos como seres humanos. No, señores: estamos en la era de la inclusión, el respeto y la tolerancia. No más clichés oprobiosos.