El mundo de hoy requiere de testigos que nos iluminen, que nos den vida poniéndonos en camino, ante la multitud de ocasos que se nos vienen encima. Ciertamente, no podemos adormecernos, hay que estar vigilantes para hallar el calor de los sueños y poder alumbrarnos unos a otros, con el fuego de la esperanza.
Vuelvan a nosotros, pues, esas prácticas que nos conmueven con sus búsquedas y luchas; porque un pueblo que batalla por vivir, manteniendo vivas sus preocupaciones, acaba germinando y reconstruyéndose. Qué importante es que los moradores del mundo intercambien experiencias, se fraternicen y compartan, sin tener miedo de entregar lo mejor de sí. No hay mejor modo de avanzar que reconocernos en misión, admitir la diversidad de sentimientos, y aceptar la variedad de lenguajes, pero siempre con el corazón abierto. Conversar nos enriquece y las diversas culturas han de propiciar entenderse. Camilo estaba cansado de tantos conflictos, de vivir con miedo, del riesgo de perder su vida o exponer la de los demás. Había aprendido la lección. Sintió la necesidad de ser hombre de paz y de hacer familia. Indudablemente, resulta mezquino para una especie pensante autoexcluirse, porque todos nos requerimos en algún período del camino.
Precisamente, son estas gentes combativas, las que tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en coraje y en bondad, en sacrificio y en solidaridad. Pensemos que el dolor no es único, es una gran plaga que se contagia y se acrecienta como la pólvora; sin embargo, reconociéndonos en nuestras miserias humanas es cómo podemos irradiarnos conciliación y reconciliarnos mutuamente, hasta encender la llama de lo armónico.
Por tanto, es vital recuperar el carácter luminoso y transparente de nuestras gestas. Camilo quería ser alguien en la vida y ve en el espíritu formativo una huida hacia adelante, junto a no desfallecer y a perseverar sin miedo. Por eso, hemos de salir de los fracasos con el esfuerzo de transmisión de certezas y valores, para ser capaces de reconstruir el tejido relacional y avivar una humanidad menos pasiva. El momento no es fácil, lo sabemos, pero al igual que la esclavitud y el colonialismo en otro tiempo fueron una sombra cruel, ahora caminamos con ese espíritu corrupto sin avergonzarnos y practicando la desigualdad entre análogos, como si fuera algo normal, cuando es inaceptable. Son difíciles que se curen las historias de sufrimientos, al menos que nos pongamos a cultivar entre sí, el abrazo y la clemencia. Sea como fuere, deberíamos reaccionar, frente a esas acciones que nos atormentan; y, la mejor manera de hacerlo, es la noble tarea universal de sentirse parte del poema viviente, regenerándonos, con la llave lúcida de humanizar sin deshumanizar, de crecer sin debilitar nuestra propia identidad y de suscitar encuentros sin violentar concordias.