Así se gestó el Land Rover

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Si algo caracteriza a los británicos es su tendencia a los simbolismos distintivos; los perciben únicos y son bienamados por ellos. Es fácil reconocer su bandera, la Torre del Big Ben, el puente de la Torre de Londres, sus buses rojos, sus taxis negros, las casi extintas cabinas telefónicas, los barrios de casas iguales, los grandes genios musicales, el fútbol, los licores y su discutible comida. En materia de vehículos, como no, el Rolls Royce, los autos de competencia y el antiguo Land Rover, entre otros. El elegante, tecnológico y potente Defender actual no permite entrever sus enrevesados orígenes; los apreciados carros de la casa son producto de la Rover Cycle Company Ltd., una fábrica de bicicletas innovadoras localizada en Solihull, distante de Londres a unos 180 kilómetros hacia el oeste que se sobrepuso a numerosos obstáculos a través de su historia. Pudo no existir.

El nombre Rover deriva de la palabra polaca para bicicleta: rower. De hecho, la primera bicicleta moderna (transmisión de cadena, ruedas iguales y marco en forma de diamante, entre otras innovaciones) surge de sus instalaciones: transcurría 1885. El paso hacia la fabricación de motocicletas era obvio y después, a principios del siglo XX, se lanza a la producción de automóviles. La insignia del barco vikingo se convierte en el símbolo de la marca. La primera motocicleta Rover sale de sus instalaciones en 1902, con varios adelantos importantes. Su prestigio fue tal que el Ejército Imperial adquirió esas motos durante la Primera Guerra Mundial. Pero las ventas a la población civil no fueron afortunadas, por lo cual pronto cesó la fabricación de motos y se concentró en los automóviles, que ya venía fabricando desde 1888; el primero de ellos fue un vehículo eléctrico que no pasó a las líneas de producción.

El Rover 12 (1912) fue un éxito en ventas y la compañía se decidió por la política de “coche único” durante un buen tiempo, pero nuevamente entró en barrena. Se reestructuraron, pero la crisis económica de 1931 los sumió nuevamente en saldo negativo después de una temporada exitosa. La aventura de una reciente expansión a Australia y Nueva Zelanda terminó. Pero la persistencia de los hermanos Wilks, ahora dueños de la factoría, relanza la marca, logrando ahora el beneplácito de la Casa Real Británica, y la bendición de la aristocracia y las clases adineradas. Ahora, la compañía respira nuevamente.

Sin embargo, ya soplaban vientos bélicos en Europa. En 1938 el gobierno británico anticipa un estallido y se prepara para enfrentar una guerra en ciernes. Contrata entonces a fabricantes privados, “factorías a la sombra”, para construir motores y fuselajes destinados a los aviones de combate; Rover fue uno de esos productores. Más todavía: en acuerdo con British Thomson-Houston, iniciaron después el diseño de un motor a reacción que, posteriormente, entregaría a Rolls Royce, que lo denominó Derwent, a cambio de poder fabricar los motores de tanques Meteor.

Después de la Segunda Guerra, Rover continuó fabricando motores para los tanques Centurion y Conqueror, y experimentando con motores a reacción. Pero el pasaporte al éxito vendría poco después. Los hermanos Wilks, esos grandes desconocidos de la industria automovilística, habían adquirido para su finca un Jeep Willys de la Segunda Guerra, campero que carecía de repuestos y representación. Cualquier daño significaba un enorme problema: escaseaban hierro y acero, controlados por el gobierno, y fabricar piezas para ese vehículo era un problema. En 1947 se dieron a la tarea de crear un todoterreno
totalmente británico, con poco acero, pero fuerte y resistente al trabajo pesado. El resultado: aquel campero surgido como una necesidad civil en reemplazo del guerrero Jeep Willys. El tosco Land Rover, un rústico vehículo de rasgos característicos, con carrocería de aluminio y pintura verde sobrante de la guerra, pronto se convertiría en feroz competencia para el triunfante campero estadounidense. Curiosamente, el chasis del primer Land Rover era de un Willys.