Siesta creativa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Más que las tapas, los toros o el fútbol, el deporte nacional español ha sido la siesta. Nada tan reparador como ese solaz a mediodía para reponer fuerzas, reconfortar el espíritu y prepararnos para el resto del día o, simplemente, para un mejor descanso nocturno. Esa costumbre tan hispana fue siempre criticada por el mundo anglosajón; jamás entendieron esas 2 horas para reposar en el sillón de algún recinto, en la banca de un parque cercano o en casa y con pijama cuando de poblaciones pequeñas o trabajo cercano se trata. En Córdoba, el ayuntamiento considera el período entre las 3 y las 5 pm como horario nocturno, y debe estar exento de ruidos. Casi toda España entra en pausa durante esa franja.

La Guerra Civil Española marcó el declive de esa antigua y saludable práctica; los estragos causados por ese conflicto obligaron a jornadas más largas y siestas más cortas para reconstruir el país. La globalización y la era de las comunicaciones ahora obligan a la vigilia para trabajadores interconectados en modo 24/7 (ya lo había predicho Alvin Toffler en “La tercera ola”); hoy, solo un 40% de los españoles hace siesta, dice la Fundación Española del Corazón, pero no siempre. Apenas el 16% duerme regularmente a mediodía después del almuerzo. Además de España, en América Latina y en otros países de canícula agobiante, la siesta también ha sido tradición.

En general, los animales son polifásicos. Esto es, alternan sueño y vigilia varias veces al día. El ser humano, por el contrario, se acostumbró a estirar el estado de alerta desde antes del amanecer hasta bien entrada la noche. Nuestra fisiología explica la importancia biológica de ese corto reposo: luego de una comida copiosa y si está remojada con algo de alcohol, el organismo ralentiza los motores. La somnolencia postprandial es inevitable. En el trabajo nos estimulamos con un humeante café para permanecer despiertos, pero estando en casa preferimos esa reconfortante media hora de sueño. Un estudio del Massachussets General Hospital encontró que 123 regiones del genoma humano se relacionan con la siesta. Ojo; omitir el descanso es tan lesivo fisiológicamente como extender la dormitada vesperal por más de hora y media. El sueño nocturno sirve para restablecer todas las funciones corporales, reorganizar el metabolismo y prepararnos para el día siguiente.

Los beneficios del breve reposo son incuestionables: luego de la siesta, recuperamos la energía, mejora nuestro estado de ánimo y nuestras reacciones, reduciendo la posibilidad de cometer errores; en otras palabras, se favorece la productividad y el rendimiento laboral. Es curioso que muchos estudios actuales se desarrollen en centros de investigación angloparlantes, y más interesante resulta que ahora sean ellos quienes recomienden hacer una siesta diaria. Ella reduce el riesgo de cardiopatías relacionadas con el estrés, controla la presión sanguínea, mejora la concentración y facilita el aprendizaje, estimula la creatividad y facilita la solución de problemas, activa los reflejos, reduce los errores, mejora el estado de ánimo y fomenta la positividad. Es importante un lugar cómodo y tranquilo, entre la 1 y las 5 pm, ojalá no más de 30 minutos, coincidiendo con el ciclo circadiano. A veces no reparamos en ello, pero cuando omitimos una siesta tenemos periodos de microsueño luego de almorzar; operar maquinaria peligrosa, tomar decisiones complejas o conducir automotores puede ser complicado.

Thomas Alva Edison, Albert Einstein, Alejandro Magno y Salvador Dalí tenían una técnica común: la siesta creativa. Se trata de sostener en la mano algún objeto que, al entrar nosotros en la primera fase del sopor, cae haciendo ruido y despertando a la persona. Ellos se ponían a trabajar de inmediato, recordando los pensamientos o los sueños que tenían mientras dormitaban. Se trata de un breve período de creatividad y perspicacia, la hipnagogia, que aparece justo en ese momento. Mientras sea posible, debemos dar ese reparador descanso a nuestro cuerpo y nuestra mente. Una vez más, los abuelos tenían razón.