Crisis migratorias - I

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Cuando vienen noticias procedentes de Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo relacionadas con migrantes ilegales fallecidos en circunstancias escalofriantes, seres humanos procedentes de naciones convulsionadas por el hambre o las guerras de las que huyen apresuradamente, nos obligan a deplorar, condolernos y rechazar contundentemente esa vileza humana.
En tiempos pasados era la costumbre aceptada por todos, hasta por las víctimas mismas; hoy, después de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial y las secuelas jurídicas del Juicio de Nuremberg, es inconcebible que esto suceda en pleno siglo XXI, que haya lucro por ello o, peor, que algunos aprueben esta crueldad. Paradójicamente, el rechazo al desplazado proviene de naciones que históricamente los han desarraigado o los obligaron a la pobreza extrema.

Las migraciones hacen parte de la historia natural de la vida humana, desde los tiempos del paleolítico. Los primeros homínidos, dotados de inteligencia y habilidad manual, se movieron del África a Europa y Asia hace 2 millones de años. Algunos grupos mutaron a especies humanas y sobrevivieron, otros desaparecieron y, finalmente, reinó el Homo “Sapiens” sobre las demás especies. Migraban huyendo de temperaturas extremas, del hambre y de los depredadores, buscando mejores lugares. Esto conllevó a los primeros asentamientos y, con ello, la aparición de civilizaciones en diversos puntos del orbe. El concepto de propiedad rompió los equilibrios sociales, se crearon castas, clases sociales y, posteriormente, “linajes” que acapararon territorios, fuente primaria del poder y del control social.

Cada imperio pretendió su expansión universal, apropiándose de naciones cercanas; el control del agua y los alimentos mediante el dominio territorial concedía poder y riqueza, por lo cual las invasiones estaban a la orden del día y, consecuentemente, las migraciones forzadas de grandes masas poblacionales para evitar su esclavitud, botín de guerra tan preciado en la antigüedad como las tierras o las joyas. El feudalismo es el gran epítome de este desenfreno bélico, concentración de poder, riqueza y clasismo. Los primeros burgos (ciudades) cambiaron el mapa social: aparecen los artesanos y comerciantes para sumarse a los soldados, religiosos, campesinos y servidumbre de los señores feudales. El crecimiento de esos burgos genera una nueva economía y produce otra casta: los banqueros y prestamistas que vieron en el dinero una nueva forma de poder.

Nuevos hechos mueven el tablero: la llegada de Colón en busca de especias y el Tratado de Tordesillas. Ante las epidemias traída por los con conquistadores españoles que diezmaron a la población americana, se requerían esclavos de otras procedencias y Portugal, “dueña” del África y media Suramérica (el actual territorio de Brasil y algo más) procedió a comerciar seres humanos, esclavos desarraigados forzadamente, generando uno de los mayores desplazamientos de la historia. De esta atroz compraventa no escaparon holandeses, ingleses, franceses y españoles; unos 60 millones de seres humanos fueron cazados como animales, embarcados en galeones y puestos en venta para trabajos forzados en toda América, desde los actuales Estados Unidos hasta la Argentina. Europa y Asia también fueron metas obligadas. No todos llegaron a su destino; dicen que unos 17 millones murieron, muchos durante las travesías y sus cadáveres arrojados al mar.

La revolución industrial en Inglaterra marca otro hito; la dependencia del petróleo provoca la migración de campesinos de vida precaria a la ciudad en busca de trabajo, pero en condiciones humillantes. Hacinamiento, pésima alimentación y paga casi inexistente; las plagas y fallecimientos masivos no se hicieron esperar. De hecho, nace en Londres la epidemiología como la necesidad de estudiar origen, causa y control de esas enfermedades. Y, como no hay petróleo en casa, busquémoslo fuera. Oriente Medio fue invadido por países necesitados del petróleo; las subsecuentes guerras causaron más guerras, hambre, desolación y desplazamientos.

El fundamentalismo que surge del poder está cargado de codicia, racismo, clasismo, intolerancia, irrespeto y, consecuentemente, de exclusión social y violencia. Cuando aparecen tragedias causadas por la migración clandestina de seres humanos en busca de un vivir decente, aparecen patentes estas perversiones humanas.


Más Noticias de esta sección