La primera anestesia narrada por un costeño

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



“Ey, este man qué. Va a venir a dárselas de que inventó el cuento ese; pa joderlo a él”, dijo Ronson David a un estudiante de medicina que estaba a su lado en el quirófano del Massachussets General Hospital ese 16 de octubre de 1846.
Recordó que hacía 4 años Crawford Long le había quitado un pequeño lobanillo en el cuello a una pinta que se llamaba James Venable en Jefferson, Georgia; el médico había bartoleado a Venable con aceite de vitriolo, con el que algunos burros viejos se coleteaban en las “fiestas de éter” a las que también iba Long. Ajá, y el otro pana, Horace Wells, el odontólogo que cobraba por trabar a la gente con óxido nitroso en las ferias de pueblo, también se daba por la cabeza con ese gas que les producía tronco de risueña. También sacaba muelas trabando a los pacientes.

Era la una de la tarde, y hacía cule frío en Boston. Mk, todo el mundo estaba vestido de cachaco, de sacoleva oscuro, desde los manes en el torreón hasta el poco de profes que iban a ver como operaban a Gilbert Abbott, el paciente. Eso parecía la última cena: el profe John Collins Warren como un Jesucristo con sus 12 apóstoles ahí, de familia Miranda; tronco de combo para mirar ese cuento. Gilbert estaba sentado en una silla medio reclinada, con las manos amarradas, cule susto que tenía el cole; llave, ese man temblaba. William Thomas Green Morton, con tronco de nombre más largo que el de la tía Gertrudis María de la Santísima Trinidad y los Santos Apóstoles, eche, nos tenía mamando frío, nada que aparecía y el profe Warren ya estaba que botaba el chupo.

Morton había dicho que llegaba a la una y nada, vale; ya era la una y diez cuando el man entra a toda con una bola de vidrio más rara que el carajo y un frasco marrón con tapa de corcho, y le dice al cirujano que ya estaba mareado que ya iba a comenzar: “fresco, llave, deje el agite”. Bueno, al vale ese Gilbert le ponen la bola de vidrio en la cara, y el man todo agitoso movía la cabeza a los lados, como iguana en matorral, y a sabalearse como lebranche recién cogido; de pronto después un rato el man se durmió. Ñerda, a ese vale le pasó algo, pensé; se descuajó. Entonces, Morton le dijo a Warren: pilas, sácale esa vaina rápido. Y el man empuña ese bisturí y le raja el cuello, Gilbert nada que se mueve ni da muestras de dolor, le sacan ese lobanillo, lo suturan y el man quieto en primera. Tronco de susto, llave; yo creía que el man había pelado el bollo. Pero nada, de pronto empezó a moverse y a chillar del dolor como marrana mona. Loco, al ver a Gilbert despertando me volvió el alma al cuerpo. Yo estaba, mejor dicho, embolsado.

Vieran al poco de boca abierta, con la quijada caída, cuando de pronto Warren, más serio que burro en canoa, dice: cayetanos todos: lo que hemos visto no es ningún paquito, esto es en serio. Bueno, Warren puyó el burro, Morton estaba ahí viendo cómo se despertaba totalmente. Me tocó espantar al poco de sapos esos: ey, arranquen. Le pregunté a Gilbert que como estaba; me dijo que se sentía como después de una pea con Ron Caña, pasando el propio guayacán. Le pregunté al viejo Morton que como era ese vacilón. El man me dice que casi no llega porque no hacía terminado de armar la bola de vidrio, que no había probado bien el chócoro ese, pero que, ajá, el sabía que iba a trabajar full. Ey, tú sí eres arrestado ¿Qué tal que el vacilón ese no te hubiera funcionado? ¿Cómo hubieras quedado? Tronco de leche la tuya, loco …