Vivimos tiempos repelentes, donde nadie escucha al corazón y el corazón es nuestra gnosis.
En efecto, las religiosidades pueden ayudar mucho a eliminar cualquier resentimiento, pues si importante es depurar la memoria, para que se active la reconciliación, desde una visión de la persona humana trascendente, no menos vital son esos caminos de encuentro del hombre mismo consigo mismo, a través de su inherente mística natural. Sea como fuere, no debemos formar parte de un mercado que nos monopoliza a su antojo, que nos insta a utilizarnos como mercancía, que nos reclama para la lucha permanente. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que somos un linaje que ha de cohabitar unido en esa búsqueda de la verdad, dignificándonos unos a otros, para reconstruir esa alianza entre pueblos y poder salvaguardar esa belleza que nos vierte la creación. En este sentido, como ha reiterado el Papa Francisco en sucesivas ocasiones, “las religiones tienen una tarea educativa: ayudar al hombre a dar lo mejor de sí”. También la justicia, previo al reconocimiento de la realidad, ha de ser reparadora y, a la vez, reeducadora de valores como la tolerancia, la consideración por los demás y el sometimiento, por parte de todos, a la diversidad. Ojalá, a pesar de los muchos tormentos, seamos capaces de promover esa cultura de diálogo, que impulsa lo equitativo y sostiene la libertad. Es hora, en consecuencia, de llamar al sosiego y de reafirmar y hacer cumplir los valores centrales de la Carta de las Naciones Unidas, que son los valores esenciales de nuestra civilización común, a pesar de esta nebulosa de conflictos que estamos atravesando.
Por tanto, pienso, que la educación en los derechos humanos debe ser una dimensión fundamental en todos los programas educativos del mundo. Siempre hay que volver a las raíces del alma, para que surja el amor más níveo, y se empequeñezca el odio. Tenemos que huir de este mundo, dominado casi siempre por los poderosos, que aprovecha cualquier ocasión para perjudicar a los demás, pues suelen confiarlo todo a la fuerza y a la violencia. Ya está bien de tanta deshumanización, de tanta conducta racista y xenófoba, que rechaza al más débil, ya sea extranjero, inválido o pobre. Nos falta esa mano tendida, esa conciencia por lo humano, para salir del completo fracaso moral de los prejuicios raciales y de las rivalidades étnicas. Sin embargo, nos sobran comportamientos altaneros, que es lo que nos está impidiendo convivir. Hay que salir de la mundanidad del choque y del cheque, y reorientarnos hacia otra sabiduría más desprendida, y no tan prendida de intereses, si en verdad queremos reducir el calvario de las desigualdades. Por desgracia, existen informes aterradores de violaciones a los derechos humanos. Y por si fuera poco el dolor, UNICEF acaba de recordarnos que, el país africano, ocupa el último lugar en el índice de Desarrollo Humano, llamándonos a todos a no abandonar a los niños de la República Centroafricana. Seguro que cada cual, por insignificante que nos parezca, podemos hacer mucho más. Intentémoslo al menos. No hay otra manera de hacer familia, que practicando el auténtico amor. Quién lo probó lo sabe y, asimismo, conoce que la felicidad llega por esta vía.