Joseph, no te lances

Editorial
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La anunciada catástrofe de los demócratas en las elecciones de renovación parcial del Congreso de los Estados Unidos no se produjo. El partido que ocupa la presidencia del pacto federal obtuvo resultados que nadie esperaba. No se repitió esa especie de tradición política según la cual el desgaste del ejercicio del poder lleva a que la oposición resulte ampliamente favorecida en las elecciones que se llevan a cabo cuando ha transcurrido la mitad de un gobierno.  

Los republicanos lograron quedarse con la mayoría en la Cámara de Representantes, pero no lo conseguirán en las proporciones que esperaban. Pero en el Senado los demócratas mantienen su mayoría. Situación política favorable para que el presidente y su partido tengan un nuevo aire que les permita rematar las tareas que se propusieron, y las que se han visto obligados a asumir.

De pronto algunos ciudadanos entendieron el peligro que una victoria de candidatos de la línea Trump habría representado para la democracia de ese país, y prefirieron cerrar el paso a quienes todavía niegan, sin pruebas, el triunfo demócrata en las últimas elecciones presidenciales y estarían dispuestos a desconocer otra vez resultados que no les fueren favorables..

Una vez más estaba a prueba esa publicitada democracia estadounidense, compleja y extraña, llena de recovecos, padrinazgos, regiones de resultados predecibles, “campos de batalla electoral” donde puede cambiar el apoyo a uno u otro partido, y ríos de dólares destinados a cada causa..

Como los procesos políticos no tienen pausa, cerrado el capítulo de estos comicios de renovación parcial del congreso, la discusión política en los Estados Unidos se comienza a orientar hacia la campaña presidencial de 2024, que conlleva la tradicional pregunta de si el presidente en ejercicio aspiraría a la reelección. Asunto que tendría respuesta fácil si se tratara de otra persona, pero que en el caso de Biden adquiere dimensiones y exige consideraciones particulares, debido a sus condiciones personales y al surgimiento de otra pregunta que es la de un posible nuevo enfrentamiento con su predecesor.

Nunca será lo mismo un presidente en campaña que uno dedicado exclusivamente a gobernar. Su actitud, y los fundamentos de acción política que ponga sobre la mesa, tendrán uno u otro tono y contenido según su intención, y serán interpretados de diferente manera si aspira a seguir en el oficio o si decide que no va más allá del periodo para el cual recibió originalmente su mandato.

El presidente ha sido precariamente popular. A eso han podido ayudar las campañas programadas desde el principio en contra suya, para poner en duda absurdamente la legitimidad de su elección, así como circunstancias y realidades económicas y políticas, internas e internacionales, fácilmente utilizables en su contra.

La capacidad física y mental que a lo largo del tiempo tienen los gobernantes para sostener el ritmo frenético de su trabajo plantea siempre interrogantes. En este caso aflora cierta preocupación por la suficiencia con la cual el presidente Biden podría sostener el ritmo de sus obligaciones hasta el momento en el que terminaría un eventual segundo mandato, a unas alturas de la vida en las que solamente seres excepcionales podrían mantener las condiciones suficientes para ocuparse del gobierno de una potencia mundial.

Si bien el presidente Biden no cuenta con el favor popular que merecería, después de haberse dedicado a devolver la confianza en las instituciones, y a reparar daños internos e internacionales causados por decisiones inexpertas, emotivas y apresuradas de su antecesor, la presunta popularidad de éste último ha dado muestras de decadencia.

Si Biden compite y Trump busca la candidatura republicana, a pesar de no haber podido generar en este segundo enfrentamiento político contra Biden una “oleada” para bloquear al gobierno, se estaría ante la perspectiva de un tercer round en la competencia por la presidencia que se avecina. 

En el precioso tiempo que resta de su mandato presidencial, Biden se debería dedicar a presidir la vida de su nación y a entregarle la cosecha de su larga experiencia, desde una posición de sabio prudente, sin la angustia política de andar con un ojo puesto en las elecciones y otro en el ejercicio de sus responsabilidades. Para ser creativo podría buscar acuerdos políticos sin necesidad de hacer cálculos ni suscitar suspicacias. También debería auspiciar, desde su propio partido, un concurso político vigoroso por la presidencia, con nuevos temas y nuevos protagonistas, en lugar de arriesgarse en un enfrentamiento que denotaría una especie de esterilidad política de una de las democracias más grandes del mundo.

Es posible que una de las mejores muestras de sabiduría y de liderazgo político sea la de anunciar a tiempo el retiro después de haber cumplido con éxito la tarea de toda una vida, para que se abran las avenidas hacia la renovación. Al gobernar sin nuevas ambiciones, y sin el riesgo de provocar tumultos innecesarios o nuevas embestidas de infamia y vulgaridad, Joseph Biden tendría no solamente oportunidad de aplicar su sabiduría al servicio público, sino de presidir un proceso de consolidación de valores democráticos en medio del respeto de propios y extraños y como ejemplo vivo del sentido del deber y del honor.



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