Los teatros de Santa Marta

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



De mi infancia y adolescencia samarias recuerdo éstos: el Teatro Santa Marta, el Cine La Morita y el Teatro Variedades. La historia relata que hubo otros anteriormente: el Universal-el primero de Santa Marta- el Estrella (después, llamado Rex) y el Paraíso, pero no están registrados en mi memoria. Aparecería después el Libertador, poco tiempo antes de las primeras salas de cine comercial.

La Morita alternaba el cine con artistas populares y, en determinados tiempos, se transformaba en caseta de bailes. Allí había un contacto único con lo parroquial: se congregaba toda una feria enfrente. La Morita había sido parqueadero y edificación de comercio. Al aire libre, sus largas bancas de madera albergaban un número variable de espectadores, muchos de pie y aglomerados cuando exhibían películas taquilleras.

El Variedades estaba dividido en dos partes: una techada, con refrescantes abanicos dispuestos estratégicamente, de sillas individuales abatibles; la siguiente, más cerca del telón, era descubierta como La Morita, pero más pequeña, separada por una paredilla con púas que, con frecuencia, algunos espectadores de galería se pasaban a luneta, la parte techada cuando apagaban la luz.

El hoy abandonado Teatro Santa Marta, de afectos para mí mucho más caros y cercanos, fue en sus tiempos gloriosos el epicentro de la cultura magdalenense y costeña; un santuario cultural, como lo menciona Álvaro Ospino Valiente en su libro "El Teatro Santa Marta. Ícono cultural de Santa Marta".

Esta obra arquitectónica, como muchas otras, se la debemos a Don Pepe Vives, ese magnífico y visionario gobernador nombrado por el presidente Eduardo Santos en 1939. Se escogieron las casas de la Avenida Campo Serrano, en obra por esos días, situadas entre la Calle Grande y la Santo Domingo, para erigir el denominado Teatro Moderno (después, Teatro Santa Marta), lateral a la casa esquinera de mi bisabuelo, el jurista, exgobernador y excongresista Rafael Robles Ebrath -donde hoy está el Edificio Avianca-.

Se encargó de la obra a Manuel Carrerá, arquitecto cubano, quien se destacó por el estilo Art Decó que expresó principalmente en Barranquilla, no sin dejarnos entre otras el Hotel Tayrona, "la gota de leche", el Balneario El Rodadero y la "tres puntás". Siete años demoró la construcción, lenta y no exenta de problemas, que concluyó siete años después, exactamente; del 10 de junio de 1942 a 1949. Se inaugura lánguidamente el 19 de junio del 49, con alguna ignota película mexicana a cambio de la fallida contratación de Carlos Julio Ramírez y Bertha Singerman (traída después por la Sociedad Amigos del Arte del Magdalena).

El esplendor del Teatro, elegante y avanzado, con tarima para grandes espectáculos, aire acondicionado y silletería individual abullonada, toma rumbo ascendente ycon la Sociedad hacen una simbiosis gloriosa, dándole vida con los Cine Club y a los espectáculos culturales, orquestas de música clásica, compañías de teatro, y célebres artistas de todos los géneros, al menos una vez cada mes. Florentino Noguera fue un mecenas especial, pero toda Santa Marta apoyaba la cultura a la medida de sus posibilidades. Importaron de Alemania un espléndido piano de concierto Steinway.

El ambiente cultural fue tan importante que todo cuanto artista de postín arribaba a Colombia se presentaba en el Teatro Santa Marta, que vio en escena entre otros a la Sinfónica de Praga, el Ballet de París, los Niños Cantores de Viena, la Sinfónica de Colombia con el maestro Olav Roots, además de Manuel de Sabatini, Xavier Cugat, Leonor González Mina, los excelsos pianistas samarios Andrés Linero y Karol Bermúdez, la Escuela de danzas Terpsícore -de las Romero-, el Club del Clan, y los Festivales de la Canción que organizó la Sociedad Amigos del Arte, amén de corales y destacados artistas locales, el inolvidable Pedrito Conde, entre ellos.

El resto del tiempo presentaba cine comercial. Glorioso durante dos décadas, empieza su decadencia como referente cultural con la emigración y fallecimiento de algunos miembros de la Sociedad; pronto, las películas de baja estofa ocupan el espacio del cine arte, los grados colegiales y los eventos políticos apartan a las veladas postineras; la estocada final vino con el incendio de 1979, y las nuevas salas de cine comercial de Hollywood.

Los intentos por rescatar el Teatro han sido vanos y estériles. Cada cierto tiempo hablan de "su restauración, ahora sí". Incrédulos, los samarios esperamos un robo más a nuestra memoria histórica gracias a la indolencia de los dirigentes desinteresados en su rescate, lamentablemente. ¿Morirá dejado a su suerte, o será rescatado el histórico y bello teatro? Amanecerá y veremos, como dijo un ciego… Apostilla:

De la Sociedad recuerdo a Orlando Alarcón Montero, Juan Coderque, Rita Armenta de Dávila, Francisco Loebel, José Rafael Dávila, Alberto Castañeda, Rafael Lafaurie, y por supuesto, mi padre Hernando Pacific Robles. Disculpen si involuntariamente se me escapan nombres, porque hubo muchos socios más. Pero mis memorias de infancia y adolescencia no dan para tanto.