Fundamentalismo fanático

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



El 2015 no trajo precisamente buenas nuevas. Unos fundamentalistas musulmanes asesinaron a mansalva a unos caricaturistas del semanario francés "Charlie Hebdo" y otras personas allí presentes.

La indignación, naturalmente, recorre el planeta entero. Nadie en sus cabales puede aprobar ninguna forma de terrorismo, sea con bombas atómicas, misiles teledirigidos, invasiones militares, sagradas inquisiciones, cilindros bomba, minas quiebrapatas, motosierras, cinturones bomba, asesinatos selectivos o cualquier método de letal sorpresa. Todo quien practique terrorismo es terrorista, y todos son indefensables.

Surgen ahora muchas preguntas sin respuestas tranquilizadoras. ¿Qué explica realmente la matanza en "Chalie Hebdo"? ¿Se justifican las guerras religiosas en pleno siglo XXI? ¿Por qué muchos europeos se unen a la yihad? ¿Tiene límites la libertad de expresión? Para razonar objetivamente, es importante entender que musulmanes, árabes o yihadistas son expresiones tan distintas entre sí como israelíes, sionismo o judaísmo; es bueno aclarar estos conceptos.

Las religiones siempre pregonan paz y amor, pero hay líderes fundamentalistas que han incitado a más guerras que los políticos desquiciados: basta recordar ejemplos como "el Corán o la vida", las cruzadas cristianas o las matanzas de palestinos en sus infrahumanos refugios, si cabe esta palabra.

Las respuestas son igualmente inaceptables: en ambas situaciones, es la degradación de todo respeto por el ser humano y sus ideas. El presunto menosprecio del semanario francés por Alá motivó a esos fundamentalistas la masacre en su nombre. Muchos analistas serios buscan explicaciones -no justificaciones- en las permanentes invasiones occidentales al Medio Oriente, el genocidio palestino, el materialismo occidental y "su pretensión de acabar con el islam".

Hay mucho más, claramente, pero se trata de una guerra irreconciliable entre la libertad de pensamiento de las democracias occidentales y la imposición de ideas fijas, monocromáticas e irrebatibles por parte de las extremas epidémicas.
Preocupa a Europa la creciente incorporación de jóvenes occidentales a las causas de la yihad (malentendido como "guerra santa" por el fundamentalismo musulmán).

La actual situación macroeconómica del viejo continente que demuestra un desempleo galopante, exclusión social creciente, políticas migratorias racistas, la ignorancia de los inmigrantes y su escaso acceso a los derechos fundamentales, y otras tantas parece ser la razón de la cosecha de combatientes europeos, gracias a las libertades conculcadas y a la restricción a la democracia -que precisamente allí se originó- por parte de gobiernos alineados con ideas similares a las que combaten.

La respuesta al terrorismo fundamentalista debe ser inteligente: las cacerías de brujas poco sirve; el "plomo señores" o las invasiones a otros países provocan violentas reacciones (remember Irak o Afganistan, causas perdidas); las acciones viscerales no deben marcar el paso de las respuestas que lo enfrentan: se necesita inteligencia.

La contracara de ello puede estar marcada por una libertad de expresión que no conoce límites ni autorregulación, rayando no pocas veces en el irrespeto provocador; las verdades a medias o mentiras absolutas; la propaganda política con cara de información; medios venales que se prestan a juegos peligrosos, y comunicadores igualmente fundamentalistas, azuzadores de masas embrutecidas que reaccionan agresivamente a determinados estímulos pavlovianos.

La paz en cualquier sociedad nace del respeto y la tolerancia a las ideas ajenas, aun cuando no se compartan; cuando ello falla, nace la violencia, emparentada estrechamente con el fundamentalismo fanático. ¿"Charlie Hebdo" sobrepasó fronteras peligrosas? Ojo, la libertad de expresión no da derecho a irrespetar y ofender, por lo tanto no es absoluta. Tus derechos van hasta donde empiezan los míos: ese es el límite.

Colombia lo vive desde cuando los primeros invasores europeos tomaron sin permiso tierras, mujeres, vidas y tesoros, imponiendo creencias y valores ajenos a espada y cruz. Benkos Biojó o Quintín Lame son apenas producto de ese pensamiento medieval violento, que vio en nativos y esclavos a seres inferiores sin alma cuya única misión era servir los señores. Idos los españoles, la "aristocracia" criolla persistió en tan patética y peligrosa inclinación: discriminación, racismo, restricción a los derechos fundamentales, etc. son su herencia, además del antisemitismo oficial impulsado por Luis López de Mesa el siglo pasado.

Era, pues, inevitable la violencia surgida del "bogotazo" por tanta energía comprimida y tanta ignominia irresoluta. Colombia se revuelca en su propia sangre, producto de luchas fratricidas injustificables por estos tiempos. Ahora, algunos fundamentalistas de la derecha radical (también minoritarios), usando el dolor de la masacre en "Charlie Hebdo" torpedean el proceso de paz con falaces analogías ajenas a nuestra realidad: el terrorismo religioso musulmán y el de la guerrilla y paramilitares colombianos, aun cuando se parezcan en sus formas, tienen raíces distintas y soluciones muy diferentes.

El proceso de paz de La Habana puede y debe conducir a un necesario punto de inflexión en la nación colombiana: el respeto por las ideas ajenas, la tolerancia a la diversidad y el verdadero ejercicio de la democracia. No podemos seguir con el letal pensamiento medieval imperante ni aceptar el terrorismo que lo combate: ambos son producto de la irracionalidad rupestre por falta de argumentación dialéctica. La civilidad es el camino.