Independencia crítica

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Más allá de las tendencias políticas, del voto y del resultado en las pasadas elecciones presidenciales, es bueno puntualizar en algunos asuntos. El mandatario en ejercicio Juan Manuel Santos fue reelecto, recibiendo un respaldo no muy contundente para continuar las negociaciones con las guerrillas de las Farc tendientes a la finalización del conflicto armado en Colombia frente a la propuesta belicista de su opositor. Tan importante es el avance de la mesa de diálogos en La Habana que el Eln quiere montarse a ese bus y pactar también su reinserción a la sociedad. Esto, desde luego, tiene varias lecturas, pero lo sustancial es que a la fecha el proceso de paz con las Farc parece haber tomado rumbo definitivo, irreversible si se quiere. Los subversivos, ojalá sea cierto, podrían haber entendido que la lucha armada es un camino equivocado, tal como se lo han manifestado sus pares políticos desde otras latitudes.
Hace cuatro años, cuando apenas se rumoraba un acercamiento entre el gobierno recién estrenado y las Farc, desde esta columna me preguntaba acerca del significado de la palabra paz, entendiéndola no como la ausencia del conflicto bélico sino la presencia de un equilibrio social más o menos adecuado. Mencionaba los impedimentos legales de orden nacional y supranacional que hacían impensables las amnistías para los delitos atroces, punto de muy difícil negociación: un gran avance es que los guerrilleros ya reconocen a las víctimas, y el siguiente punto es que acepten su condición de victimarios; diría incluso que todos quienes lo sean deben reconocerse como tal para contribuir al avance del proceso. Me referí también a los costos de la guerra y del postconflicto, y las acciones gubernamentales necesarias para llegar a la verdadera paz, la cual pasa por la inclusión social, fomento del trabajo, la educación y acciones de esa naturaleza, una justicia justa, oportuna y eficiente, y muchas otras acciones de Estado para evitarla recaída en el conflicto armado. La paz es, finalmente, una obligación constitucional, un derecho de la sociedad y responsabilidad de todos los colombianos. Nada distinto a lo que dicen los estudiosos del tema, de quienes me referencio.
En los pasados comicios, muchos colombianos elegimos una propuesta que nos encamine al cese de la guerra para buscar la paz. No caemos en el juego que proponen de un lado, ese de que el gobierno "del guerrillero" Santos entregará el país al "castrochavismo", el de la paz con impunidad, etc. Tampoco, en aquel otro de que el cese definitivo al fuego enviará el país hacia el paraíso terrenal con la eventual firma del acuerdo de paz. Ni lo uno ni lo otro: el camino a la paz es largo y culebrero y empieza con la detención de la guerra. Colombia es un país tradicionalmente carcomido de corrupción, tragedia de peores dimensiones y consecuencias que la misma guerra. Es nación de grandes desigualdades sociales que disparan la violencia y la delincuencia; de graves carencias en educación, salud, vivienda decente, empleo digno, infraestructura, competitividad, investigación, desarrollo y demás elementos necesarios para responder al reto del postconflicto, demasiado complicado de afrontar en las actuales condiciones pero de obligada solución.
Debe entonces el gobierno convencer a tirios y troyanos, ya no de las bondades de un país sin guerra, sino de las acciones de gobierno y políticas de estado que emprenderán para conducirnos a la verdadera paz quitándole fermento a la subversión. El postconflicto, como ha sucedido en otros procesos de paz exitosos, dejará rescoldos de violencia y delincuencia, menos complejos de combatir y de menor impacto social. Se quedarán en el monte algunos radicales convencidos de su violencia; otros, beneficiarios de los negocios ilícitos, no renunciarán a los enormes beneficios económicos que le trae, pero la gran mayoría se reincorporará a la vida civil. Los asesores y expertos deben orientarnos para una transición relativamente tranquila, de bajo impacto para sociedad y combatientes reinsertados. Los colombianos del común estaremos siguiendo las acciones del proceso y sus efectos, sin olvidarnos de la gestión de gobierno. Las negociaciones en Cuba cuentan con todo el apoyo posible dentro y fuera de las fronteras, y pocos pero tenaces y poderosos contradictores: están dadas las condiciones para terminar el conflicto, al menos de parte del gobierno; ojalá la guerrilla lo entienda y corresponda a ese gesto. Pero, más allá de eso, Santos debe gobernar. Las promesas electorales apuntan a un escenario sociopolítico de centro. Esperamos verlas soportadas en leyes, proyectos y acciones concretas. Mientras tanto, quienes no estamos matriculados en partido político alguno ni seguimos los "ismos" colombianos de diario florecer y marchitar, seguimos con independencia crítica el acontecer de los próximos cuatro años. Por el bien de Colombia, le deseamos éxitos al equipo de gobierno. Si todo resulta, que la nación los aplauda; si no, que respondan ante el país entero.