El caso del magistrado Henry Villarraga, -pillado en conversaciones con un oficial, acusado de falsos positivos, en las que uno interpreta que estaba tranzando dinero, para beneficiar al presidiario- pone en duda la majestad de la justicia. El señor de marras, pidió licencia, en vez de renunciar a tan digno cargo. Era lo más sensato. ¡Pero no! Esperará tres meses a que salga a flote otro escándalo y el país se olvida del mencionado togado.
Los concejales del carrusel de contratación están como si nada, frescos, hasta se ríen en las audiencias. Los Nule a quienes pintaban como los futuros Santodomigo, salieron peor que los famosos Picas de los años ochenta. En unos años serán invitados a ágapes y los abrazarán y admirarán.
Pero volvamos al caso del cínico magistrado. Todos sabemos que muchas instituciones del país, están corrompidas hasta los tuétanos. Pero los que con sus sentencias, deben impartir justicia, quienes deben dar muestras de pulcritud, hacen lo que hizo este magistrado, demuestra cómo la justicia se permeó por ladrones de cuello blanco. Ya hace algunos meses la presidenta de la Corte Suprema, andaba de paseo con varios de sus colegas, mientras se pudren expedientes en su despacho.
Que desfachatez, que vergüenza. ¿Qué pensaría hoy en día el exmagistrado inmolado en el Palacio de Justicia, Dr. Alfonso Reyes Echandía, de estos personajillos?
Ñapa. Sería injusta una destitución para Petro. El Estamento, no le perdona su pasado guerrillero, ni sus acertadas decisiones en temas sociales para la capital. El poder del Procurador General es indiscutible, sobre todo para destituir funcionarios públicos elegidos por voto popular.