El voto en blanco, ¿una opción?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Ante los recientes bochornosos episodios protagonizados por el Congreso de la República -operación tortuga, por ejemplo, en procesos clave para el país y el gobierno con el propósito de obtener un aumento en sus ingresos- y por el ejecutivo -ceder ante el chantaje del legislativo para obtener más y más sueldos, primas y prebendas a cambio de votación favorable a sus propuestas-, no sorprende la ola de indignación que inunda las redes sociales, las páginas editoriales o los noticieros.

No suena justo que mientras los trabajadores colombianos deben hacer cuentas alrededor del valor de un salario ínfimo, mal llamado mínimo, de $589,500 que los padres de la patria consideran excesivo cuando del laburante se trata, los honorables parlamentarios ven con inconformidad sus astronómicos ingresos, los cuales quisieran subir a la estratosfera.

A los 268 congresistas (102 senadores y 166 representantes) les pagamos (sí, les pagamos con nuestros impuestos) hasta la sonrisa de satisfacción que ponen cuando se solazan con casos como el de subir sus sueldos, o el de la gasolina para los carros a su disposición que, según las cifras aprobadas, parece que circulan más de 24 horas al día todo el año.

¿Cuánto cuesta el Congreso colombiano cada año? Algunos cálculos bastante detallados (sueldos, primas, vacaciones, oficinas, secretarias, asistentes, vehículos, conductores, escoltas, pasajes aéreos, viáticos, celulares, comunicaciones, etc., etc., etc., y hasta el pago de la vivienda a los que residen en Bogotá), apuntan a los ochenta millones de pesos mensuales por cada uno, lo cual nos aproxima a los $260.000 millones /año, sin aun contar los costos de funcionamiento del Congreso, inversiones, despilfarro, ausentismo, lagartería, etc.

Ah, me faltaba: las millonarias pensiones a cargo del Fondo de Previsión del Congreso. Pero los congresistas no trabajan de enero a marzo, y sin embargo reciben religiosamente su cheque. Súmele ahora que su trabajo semanal va de martes a jueves. Si sus actos siempre estuvieran orientados a favorecer a sus electores, vaya y venga. Lo bueno da gusto pagarlo.

La realidad nos muestra escándalo tras escándalo y no parece haber punto final. Desde luego, hay que rescatar a los congresistas que valerosamente se oponen a ciertas prácticas de algunos de sus colegas. Hay mucha gente correcta que, a la hora de combatir a lo que se alejan del ejercicio decente, parecen encontrarse en desventaja numérica. Han podido más el clientelismo, el favorecimiento y otras prácticas poco recomendables.

Ahora se oyen muchas voces en favor del voto en blanco para las elecciones parlamentarias. ¿Tomará fuerza suficiente esa opción? Veamos. Aun cuando la historia reciente dice no rotundamente, hay casos, pequeños y lejanos, que pueden dar luces. Susa, una población de unos 8.000 habitantes localizada en el Valle de Ubaté (Cundinamarca), en 2003 fue el primer municipio en hacer efectivo el mecanismo del voto en blanco previsto en la Reforma Política, en las elecciones para la Alcaldía; el año pasado, el municipio de Bello (Antioquia) le dijo no al único candidato a la Alcaldía con el voto en blanco.

Otros proponen el voto obligatorio como mecanismo para lograr la máxima participación, en especial de los escépticos y abstencionistas de siempre que podrían cambiar la tendencia histórica de las elecciones corporativas.

Pero el voto es libre, y ese derecho constitucional va desde no participar en las elecciones como a votar en blanco, elegir a un candidato y, aunque secreto, resulta cooptado por la coerción, la conveniencia o la necesidad. La realidad demuestra que el voto de opinión es porcentualmente bajo, pocas veces decisivo y pocas veces logra derrotar a las poderosas maquinarias electorales.

Lo cierto es que el ciudadano del común tiene un arma potencialmente efectiva que es el ejercicio verdaderamente democrático a elegir y ser elegido. Sin embargo, ello es poco probable en el país.