El ocio

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Seguramente hemos dormido hasta que el cansancio de la horizontalidad nos botó de la cama, espera soberana que desprecia al despertador con espíritu de capataz y al horario agotador del día anterior.

Es delicioso el ocio, experiencia vivificante cuando se usa para matar el tiempo mirando la tele, leyendo la prensa, dedicándose de lleno a tan preciado derecho fundamental, no importa tu ocupación u oficio ni tu edad; los deberes se dejan de lado y el espíritu recibe un cuidado especial. Cualquier día sirve, no sólo domingos o festivos.

Claro, nunca faltan los aguafiestas que, envidiosos del solaz ajeno, interrumpen tan merecida y reparadora experiencia de libertad individual, con el acicate del trabajo que fortalece el espíritu, recordándonos pasajes bíblicos y obligaciones económicas: exhiben su escabrosa personalidad pretendiendo la interrupción del vicio reparador de energías, y sufren si no pueden someternos al maltrato sicológico que pretenden. La envidia, hija de la noche y monstruo que guía a la calumnia, es la antípoda del placer ajeno.

No hago apología de la pereza o de la vagancia, cosas distintas. El trabajo es la representación de las obligaciones y de la cuadrícula de la vida, necesario para cuerpo, alma y bolsillo. El ocio es lo opuesto, el desafío a las reglas, a las rutinas y al estrés laboral; nada tiene que ver con imposiciones: haces lo que quieres, eres dueño de tu tiempo y de tu espacio, es el derecho por encima del deber, la dignidad del ser humano sobre la imposición social. Es menester trabajar, claro está: el espíritu se regocija con el trabajo cuando representa placer y llena nuestras alforjas.El ocio es la fonda a la orilla del camino, refrescante soplo de Eolo en días estivales, vivificante tónico espiritual.

"Si el ocio te causa tedio, el trabajo es buen remedio" decía un librito que leía obligado en la primaria hasta memorizar para toda mi existencia la frase que martillaba incesante en las clases de urbanidad. Lo que son las cosas: los griegos y romanos tenían en alto aprecio al ocio (skholé para los primeros, "otium" le llamaban los últimos), símbolo de elevadas condiciones de vida, como lo tienen hasta el aburrimiento las familias reales que siguen presurosas rumbo a los museos; el trabajo es cosa de esclavos oprimidos y libertos sometidos, dicen. La errónea exégesis bíblica puso a católicos y protestantes a competir por desprestigiar al ocio, convertido entonces en pecado mortal. Casi cura, el hidalgo Francisco de Quevedo afirmaba que el ocio era la pérdida del salario; pero Séneca supo diferenciarlo de la pereza, verdadero vicio. Hoy, rodeados como estamos de máquinas que ahorran tiempo, cada vez tenemos menos descanso y oportunidades de darle mantenimiento a la preciosa máquina biológica. Como cualquier artefacto, se cansa y se daña; se repara y se sincroniza, y dura cuanto sea posible si la cuidamos con esmero.

En los tiempos que corren, muchos se preocupan por recuperar el valor del solaz. El ocio es inherente a la condición humana; retomando a los antiguos griegos, skholé es paz y reflexión; Aristóteles lo llamaba reposo filosófico, necesario para alcanzar elevadas virtudes. Los romanos usaban la palabra "negotium" (negación del otium) como opuesta al "otium".

En el medioevo, la iglesia católica condenabasupuestas herejías, como fiestas profanas, carnavales, juegos, música, teatro y poesía, entre otras prácticas socioculturales. Esto implicó el rechazo de muchas manifestaciones culturales asociadas con el pecado; "sucias y malditas", debían evitarse. ¿Qué mejor que el trabajo para reivindicar virtudes? El ocio, por lo tanto, era perverso.

La era industrial, rígida, dedicó algo de descanso en medio de la jornada diaria, y estableció los descansos dominicales, además de vacaciones y jubilación. Quienes interpretan a Maslow ven el descanso como necesidad sentida.

La derivada del trabajo insano como virtud es el moderno trabajo adicto (workaholic, trabajólico, ergomaníaco), hasta hace poco visualizado como el referente ideal. Hoy se le ve como enfermo de baja autoestima que se refugia en el trabajo, dejando de lado familia y sociedad, para convertirse después en adicto al control, al éxito y al poder. Una de las terapias para tales personas es precisamente el ocio, algo inadmisible para ellos.

Es famosa la siesta española, y la nuestra también. Siesta hacen en regiones cálidas como el Norte de África, en poblaciones medianas o pequeñas, en el Medio Oriente y América Latina. Con la canícula solar a medio día es imposible laborar; menos, si un opíparo almuerzo se ha atravesado.

Lo que antes era mal visto por los anglosajones hoy se vislumbra como productividad potencial de trabajadores descansados y lúcidos. Y es que un sueño de unos quince minutos después de almorzar mejora en un 30% la productividad y reduce el error humano vespertino. De ello dieron fe Einstein, Churchill y Cela: "debe hacerse con pijama, padrenuestro y orinal", afirmaba el escritor gallego.



Más Noticias de esta sección