¿Agoniza el fútbol de Santa Marta?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Nadie los discute: el fútbol de Santa Marta (y del Magdalena en general) tiene una de las más asombrosas canteras de futbolistas en Colombia. Dejemos de lado al Pibe Valderrama y a Falcao, los dos mejores futbolistas colombianos de todos los tiempos, y repasemos un poco esas historias que enorgullecen a nuestra ciudad, cuna del fútbol colombiano.

Los astros samarios relumbran en el firmamento futbolístico nacional con sus hazañas deportivas. "Didí" Valderrama, "El maestro" Alfredo Arango, Eduardo Retat, "Pescaíto" Calero, Oscar Bolaño, los campeones del 68, los Palacio, los Valderrama, y un larguísimo etcétera. La lista es interminable, aun sin mencionar a muchos talentosos que se malograron en el camino hacia las cumbres. Sabiduría en sus pies, garra y amor por la divisa han sido las improntas distintivas.

El fútbol quedó metido en los genes del samario desde los primeros partidos apenas despuntaba el siglo XX. Después de que la Selección Magdalena de Fútbol ganara el campeonato en los Juegos Nacionales de 1.928, el balompié profesional aparece en Santa Marta con Deportivo Samarios, antecesor del Unión Magdalena. La historia tiene mucho para contar, aun cuando la cosecha de trofeos se reduzca a un solo título profesional, hace tantos años que hay muy pocos hinchas vivos que se extasiaron con la vuelta olímpica, perdida en los tiempos bíblicos. Hoy nos conformamos con gozar el éxito de los vecinos mientras añoramos tiempos idos.

Antes, el jugador pleno de talento pero con deficiencias de formación salía, sin escalas intermedias del potrero al Eduardo Santos, y de ahí a los demás conjuntos colombianos; las fallas se iban corrigiendo con el tiempo, si es que se podía; no había cantera como tal, sino una selección natural dentro del abundante semillero que brotaba espontáneo en las calles destapadas de los barrios.

Pero las exigencias deportivas actuales han cambiado y ahora obligan a un proceso formativo desde la infancia, en el cual se tienen en cuenta los aspectos técnicos, nutricionales y sicológicos del futbolista en ciernes, enfatizando en la parte lúdica, la preparación física, el trabajo en equipo y las bases del reglamento: la diversión es la mejor escuela. Se necesita mucho dinero, tiempo, esfuerzo, dedicación y formadores especializados.

El problema es que de eso hay poco en nuestra ciudad; cuando no se trata de padres pagando en las escuelas la formación deportiva de sus hijos, son los esfuerzos quijotescos de unos cuantos dirigentes. Los patrocinios escasean, y la probabilidad de extenderlos a todas las academias es baja. No es un problema exclusivo de nuestra región: sucede en toda Colombia, en donde no hay la inversión necesaria para obtener deportistas de élite, además de estar focalizada en unas pocas instituciones.

El intercambio de jugadores en el mundo es incesante, y los grandes clubes de Europa tienen exploradores regados por todo el orbe en busca de los mejores talentos desde temprana edad. Ya no es obligatorio que el colombiano haga escala en Argentina antes de pasar al otro lado del charco. Tampoco que, como antaño, el jugador samario pase por las filas del Unión Magdalena. Ya, a muchos se les lleva a otras latitudes en donde podrán desarrollar todo su potencial.

¿Y es malo, Chichi?: para nada. Prefiero un millón de veces que un muchachito samario se forme fuera de la ciudad, como Falcao, a que se desperdicie en la manigua de la pobreza (monetaria y mental) y la falta de estímulos, historia repetida que podemos ver incesantemente cuyo carrete rueda cada vez más rápido, como una película de celulosa próxima a terminar.

Porque el futbol samario de renombre parece llegar a su fin: el Unión, antes plataforma de talentos, está sepultado en la B y en casa ajena, y al final terminará siendo la suya; el estadio, anticuado, en ruinas, y sin dinero para hacer algo decente; el entusiasmo de unos pocos opacado por la desidia de muchos. La cuna del futbol parece ahora su tumba.

Los grandes equipos del mundo, aquellos de éxitos permanentes, enfatizan la formación de su propia cantera, donde a los futuros triunfadores les inculcan amor por su divisa, se trabaja la parte mental y se enfatiza en el aspecto humano. Aquellos grandes técnicos (con respeto y admiración por los actuales que trabajan con las uñas) que lo dieron todo para sacar a grandes jugadores se han marchado desde hace tiempo, y nuestro fútbol parece condenado al limbo, pues ni muere ni mejora. Los estímulos económicos son de lástima y las posibilidades de surgir con la rojiazul son mínimas.

La dirigencia, menoscabada por tan desolador panorama: nuestro fútbol languidece como el final de una novela triste. ¿Dejaremos marchitar ese semillero fértil? Vaya paradoja: los éxitos de Falcao, el mejor de todos los tiempos, hacen voltear la mirada hacia una ciudad que hoy poco fútbol tiene para mostrar, aun cuando el talento sigue vivo, anhelando una mano amiga que lo saque del marasmo.