La rosa blanca y los dinosaurios

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



No se extinguieron, como creíamos: los dinosaurios han revivido (como en Jurassic Park); en su versión moderna perdieron la audición a cambio de un potente aparato de fonación (hablan y gritan pero no escuchan; tampoco razonan).

No son sociables y a la brava buscan su zona de comodidad. No creen en la evolución de las especies ni les interesa, obviamente, así ellos mismos procedan de las épocas antediluvianas y se hayan adaptado a los tiempos.

Por su carácter predador pretenden devorar al resto de la humanidad. Es menester reconocer que, a pesar de no existir muchos ejemplares en el planeta, se las ingenian para imponerse sobre géneros progresados.

La evolución de las especies ha producido incontables vegetales prodigiosos (no me refiero a las plantas parásitas pegadas a ciertas maderas como, por ejemplo, muebles de los recintos públicos), animales admirables (tampoco hablo de lagartos, ratones, reptiles y especies similares) y seres humanos excepcionales; y los sigue produciendo. Leonardo Da Vinci, Rosa Parks, Einstein, Galileo, Cristóbal Colón, Isadora Duncan, Francisco de Miranda, Vivaldi, Platón, Steve Jobs, Marie Curie y el mismo Darwin son claros ejemplos de gente que desafió los obstáculos impuestos por los colectivos sociales en sus respectivos momentos, especialmente por los dinosaurios.

Más de uno hubiera ido a la hoguera después de pasar por la cámara de torturas, pero la diosa Fortuna lo evitó, para bien de la humanidad y amargura de éstos. Porque al dinosaurio le gusta el fuego en carne ajena, sueña con la era cenozoica y detesta al ser humano pensante; lo quiere acabar a como dé lugar.

Hemos disfrutado de los prodigios del arte, la ciencia y la tecnología como expresión prodigiosa de la evolución: cómo no deleitarse con las pinturas de Picasso, Van Gogh o Warhol; la música de Los Beatles, Edith Piafo Beethoven; el origami japonés, la cocina Caribe, la pirotecnia china, las danzas africanas, la moda parisina, la arquitectura brasilera o la aeronáutica estadounidense.

Como diría Teilhard de Chardin, evolución de materia y espíritu, vida y pensamiento, búsqueda de mayor complejidad y más altos niveles de conciencia. Por cierto, el Santo Oficio (institución favorita del dinosaurio) prohíbe la obra y el pensamiento de tan brillante jesuita.

Y es que los dinosaurios tampoco desarrollaron el sentido de la vista: sólo ven en blanco y negro; no distinguen la escala de grises y mucho menos los colores. De la historia natural del dinosaurio procede la dualidad, el pensamiento binario: sólo existe lo bueno y lo malo, pero él, sólo él y nadie más que él es el bueno; los demás son malos; los evolucionados, los peores.

De ahí procede el macartismo de los grandes saurios: quien no piensa como yo, quien no es mi amigo es necesariamente mi enemigo; para ellos no hay escalas intermedias, no perciban neutralidad.

Mientras se produce una selección natural entre las especies evolucionadas y los dinosaurios modernos, hay agrupaciones humanas que se atrofian e involucionan, afortunadamente de manera limitada.

Por ejemplo, basta mirar ciertas "tribus" urbanas, sus simbologías, gustos (¿?) y comportamientos sociales que semejan más a los australopitecos que a los hombres de Cromañón, por ejemplo: algunos, aun cuando parecen humanos, escasamente respiran, bipedestan y articulan lenguajes guturales.

Como los antiguos homínidos, andan en combos peleando "territorios" en actitudes agresivas, como zombis reactivos. Hasta llegan a conquistar poderes, como la historia lo demuestra, y pretenden, como los dinosaurios (con los cuales a veces se alían), imponer hegemonías aplastantes, eliminado todo lo que no se parezca a ellos.

Por ejemplo, la brutalidad de los nazis. Aprovecharon la desmoralización alemana de la postguerra, la extrema pobreza existente, la ignorancia del pueblo raso y el impacto de las condiciones extremas impuestas a los teutones en el Tratado de Versalles que daba punto final a la Primera Guerra Mundial para apoderarse de Alemania imponiendo el militarismo y promoviendo la guerra como argumento primordial.

De paso, atropellaron los derechos de minorías (judíos, gitanos, limitados físicos y mentales, homosexuales, etc.); aparecieron los campos de exterminio, hoy negados por muchos involucionados y dinosaurios, cuando no celebrados.

Menos mal contra toda esa irracionalidad surgieron movimientos como la Rosa Blanca en Múnich y la Resistencia francesa; después, la Primavera de Praga contra el socialismo soviético, o el grupo anti armas nucleares Transform Now Plowshares (transformar espadas en arados), que irrumpió en la instalación Y-12 de Oak Ridge, Tennessee, planta nuclear en donde desarrolló la primera bomba nuclear.

Cuánta falta hacen en América Latina generaciones de gente evolucionada que se oponga a los dinosaurios de todas las tendencias, que no entienden de Teilhard de Chardin; se referencian en los Hitler o Stalin y sólo ven conspiraciones por todas partes. Está bien que vivan, pero que dejen en paz a los demás.