Alucinaciones reales

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Trasponer el dintel me llevó a un pasado añorado y fascinante. De repente, caminaba sobre la antigua Barranquilla, un previsible dejavu en el que las vidas de los protagonistas y sus historias juegan entrelazadas en los cuentos de Gabo y el "nene" Cepeda, en las crónicas de Fuenmayor, las pinturas de Obregón y Cecilia Porras, las fotos de Nereo o los libros de Ramón Vinyes y, claro, las discusiones literarias en medio de la clásica mamadera de gallo.

En tono lejano escucho las carcajadas del "nene" en la esquina de Cuartel con Paseo Bolívar (o, La Paz, Progreso, Veinte de Julio…) mientras observo en el piso televisores antiguos de rayos catódicos sin esqueleto mostrando cómo avanza lentamente el dardo envenenado disparado por la cerbatana de Juana un domingo cualquiera hacia los jugadores del Junior. Puedo percibir a Orlando "figurita" Rivera y las pinturas primitivistas de Noé León.

El policía de tránsito pretende controlar el tráfico desde una pequeña tarima con un techo escaso que no ataja la canícula, con la publicidad de Cerveza Águila, sin igual y siempre igual, escrita en la base, en el entrecruce de una calle y un callejón (así llamaban a las carreras),pero nadie le para bolas; el man que vende paquitos duerme sentado con los brazos cruzados y un sombrero que quizás lo protege más de las preguntas inoportunas que del sol tropical; el pito de chiva de los carros viejos y las putas tristes del cataquero se suman al bullicio de los turcos en los andenes promoviendo su mercancía y sus clientes regateando precios, presagio del pujante Maicao del futuro.

Las frases, cortas y preñadas de historia, erudición y bacanería, juegan en distintos ritmos reflejando el espíritu Caribe, la cotidiana sencillez y la alegre libertad; flotan en las paredes a modo de sentencias memorables. En un segundo estoy en Boston; en la Cueva de Eduardo Vilá de los años 50 y 60, que alojaba a esta parranda de locarios evolucionados de ciudad abierta y mente fresca.

He pasado frente a La Tiendecita mirando a los bebedores de fría, mama-ron y tramposos jugadores de dominó; el olor de la esencia caribeña está ahí, confundido con la calilla de la vendedora del Caño de la Ahuyama y sus hedores, con el pescado fresco y el matarratón y las acacias de los antejardines de más arriba.

No. No se trata de teatro onírico. No estoy chapeto; nada de eso. Loco, menos aún. Ni porros ni pases: no fumo ni meto vainas raras. El abrumador ambiente Caribe y tropical de la vieja Barranquilla y su grupo de intelectuales fue recreado maravillosamente en el pabellón de La Cueva en la Feria Internacional del Libro 2013. Sus espacios, bien manejados, muestran historias, anécdotas, fotografías, comentarios, fechas y todo cuanto ponga de presente la estatura de un heterogéneo grupo de personajes que, reunidos inicialmente alrededor del sabio catalán, desplegaron toda su fantasía desde cualquier vertiente de las artes.

Barranquilla, con motivo de su bicentenario oficial, rememora a lo más egregio de quienes la hicieron conocer por todo el planeta. Ciudad en ciernes, acogió a migrantes de todas partes, desarrollando su propia esencia con elementos prestados de todas las culturas.

Al "Grupo de Barranquilla" llegaban gentes de toda la rosa náutica; las fronteras fueron inexistentes y no hubo trabas culturales a nadie. De ahí el "bigbang" que, desde el trópico, resemblaba a Berlín o París, urbes que en sus momentos fueron epicentros de la libertad mental, espiritual y artística. Así como en Europa surgen grandes autores con sus movimientos artísticos, Barranquilla fue el útero de ese "boom" del arte colombiano, al que se sumaban más y más virtuosos: nuestro realismo mágico.

Y, el grupo que sufría ya las deserciones voluntarias y forzadas de algunos, terminó por apagarse como las grandes estrellas lo hacen: con lenta languidez. La temprana partida del "nene" Cepeda marca la senda final; todos, de algún modo, parten detrás de él sin apagar las luces que después mueren de soledad.

Por fortuna, el recuerdo no se quedó en conversaciones de esquina de anécdotas imaginadas o en amarillentos ejemplares de periódico. Heriberto Fiorillo y otros barranquilleros dejaron la nostalgia de lado y emprendieron el rescate de La Cueva, patrimonio cultural de nuestra ciudad hermana.

Desde ella se puede regresar al pasado reciente: rememorar historias que conocemos de lejos pero que están esculpidas en nuestra identidad; recordar los otros sitios de encuentro del Grupo y, claro, tertuliar si se quiere como si esos fenómenos del arte acompañaran la charla. Bar, restaurante y centro cultural, se ha convertido en sitio de encuentro de la alucinante naturaleza caribeña, resistida a desaparecer ante el embate furioso de la banalidad, la frivolidad y la levedad insustancial. Vive para siempre el legado de esos grandes maestros.

Apostilla: Mientras tanto, ¿alguien recuerda a la Sociedad Amigos del Arte del Magdalena y su extraordinario aporte a la cultura magdalenense?