La muerte de Neruda, ¿provocada?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Una de las más hermosas, interesantes y ganadoras películas del cine italiano, "Il postino", (El cartero) arrastra consigo sus propias tragedias. Transcurre la obra en la italiana Isla Salina, en la cual Mario Ruoppolo (interpretado por Massimo Troisi) es un cartero cuyo único cliente es Pablo Neruda, exiliado a causa de sus ideas.

Es tal la cantidad de correspondencia del chileno que el cartero debe ir todos los días a la casa del poeta, por lo cual se establece una estrecha amistad entre ambos; las líneas del vate y las suyas propias después le ayudan a conquistar a Beatriz Russo.

A Neruda se le autoriza regresar a su patria, y "desaparece" del escenario; años más tarde regresa a la isla y se encuentra con la noticia de la muerte violenta de Mario por la brutalidad policial cuando iba a leer su poesía en una reunión política en Nápoles.

La segunda tragedia de la película es real: Troisi, el protagonista, había aplazado una cirugía cardíaca para finalizar su filmación, y al día siguiente de terminar la muerte lo sorprende en el puerto de Ostia mientras dormía. Neruda, siempre perseguido y exiliado por sus ideas políticas, obtiene el Premio Nobel en 1971. Un par de años más tarde, Pinochet irrumpe a sangre y fuego, derroca al presidente Salvador Allende (¿suicidio?), impone su régimen de terror, y la deteriorada salud del poeta Neruda se agrava: muere una semana más tarde casi entrando a la clínica. Las crónicas oficiales determinan que el cáncer de próstata que padecía produjo el fatal desenlace.

Sin embargo, las sospechas de un crimen aparecen de inmediato; una inyección letal, dicen, pudo ser la causa, dicen. Mal hicieron quienes en ese entonces solicitaron el estudio necrológico de los restos del poeta; algunos engrosaron la lista de los desaparecidos durante el brutal mandato del tirano. La casa del poeta en Isla Negra fue violada, saqueada, y sus libros quemados. Era de esperarse.

Hace poco se reabrió el caso. Desde 1973 hay denuncias de un posible homicidio. Su chofer, Manuel Araya, afirma sin ambages que fue asesinado; dijo que el escritor presentía un atentado contra su vida. La cercanía con el Presidente Allende lo puso en el radar de los sicarios oficiales, por lo cual quería salir hacia México, invitado por el embajador a residir en su país.

No pudo ir al aeropuerto; después de una inyección de dipirona que le aplicaron en la clínica a dónde fue llevado, se sintió muy mal y murió en pocos minutos, dijeron los militares. Al chofer lo habían enviado a comprar un medicamento, y no estuvo presente cuando falleció su patrón. Ahora, el juez Mario Carroza quiere determinar definitivamente la causa de la defunción del poeta; ordenó la exhumación y el examen de los restos.

Es difícil esclarecerlo, pero los testimonios pesarán significativamente en las conclusiones. Se estudian tres posibles causas: asesinato por inyección letal, negligencia médica por atender mal una presunta alergia a la dipirona, o causas naturales, como reza el certificado de defunción.

Tampoco coinciden los reportes médicos: el certificado de defunción atribuye la muerte a una extrema desnutrición causada por el cáncer, pero el boletín de prensa de la Clínica Santa María reporta muerte por paro cardíaco. Otros asuntos por esclarecer: según las fotos tomadas en el féretro, Neruda tendría más de cien kilos a la hora de su muerte, lo que contradice la versión de la desnutrición.

Según los médicos franceses que lo atendieron mientras Pablo fue embajador allá, tenía un pronóstico de vida de cinco años, que pudo acortarse por el derrocamiento y muerte de su amigo Salvador Allende, por la persecución a sus amigos, y la desaparición de muchos de ellos.

Los tiranos son triunfadores de las armas y perdedores en el campo de las ideas; sus glorias son dudosas, efímeras y vacías. Aun cuando la historia ha demostrado hasta la saciedad que matar al mensajero es inútil, siguen convencidos de que el crimen artero ataja a los agudos observadores de sus estupideces; la vida los abofetea todos los días, pero su estúpida terquedad es invencible.

Neruda, como muchos chilenos, pudo ser víctima de Pinochet y los esbirros del régimen terrorífico y criminal. El delito: el de siempre; pensar distinto. Y es que el mayor temor del guerrerista es la lucidez de sus opositores y la serenidad de los pacifistas; su mayor majadería, creer que las balas matan a las ideas. La enseñanza diaria no cala en sus mentes.

Apostilla: La paz es un mandato constitucional. Cada presidente de Colombia la ha buscado a su manera; todos los colombianos queremos una paz de verdad, que no es solo el silencio de los fusiles. Los diversos sectores pueden pensar como quieran, están en su derecho.

No es comprensible que, mientras el actual gobierno hace esfuerzos serios para terminar exitosamente un proceso de cese al fuego, algunos contradictores se empecinen en torpedear unas negociaciones que parecen avanzar rápida y debidamente por el camino correcto. Tengo la plena convicción de que, si se logran concertar los puntos centrales, cualquier acuerdo será conocido por el país, y se ajustará a la Constitución y a la legislación vigente.