Ay, Latinoamérica; cómo nos dueles

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Mientras los ejecutivos de altos ingresos discuten los estipendios del personal a su cargo se quejan de lo poco que les alcanzan sus salarios, pero les parecen exageradas las "elevadas" peticiones de los trabajadores, "exigentes e intransigentes", recordando a muchos de los altos funcionarios del Estado que chillan por "sueldos exiguos distantes de sus dignidades" o a ciertos magistrados de las altas cortes que en deplorable carrusel se ponen jubilaciones astronómicas en asalto infame al tesoro público, al aporte de todos los colombianos. Para todos ellos, un trabajador puede perfectamente vivir con $180.000 mensuales; que no se pensione, es su problema; si se enferma, para eso están los curanderos.

Latinoamérica sufre de un delirante complejo religioso-monárquico de abolengos imaginarios y títulos espurios, procedente de la antigua España que ha determinado el origen del abrumador caudillismo campeante por éstas tierras. Se desprecia al semejante pero se idolatra sumisamente al "superior" social. La indolencia por la suerte del excluido contrasta con el servilismo al poderoso; la indiferencia hacia lo propio resulta en el anhelo de la identidad ajena, permitiendo con ello la entrega del país al gran capital: el ciudadano del común y el destino del país poco importan. La poderosa influencia eclesiástica ha producido pueblos que veneran al mandatario el cual, casi siempre, proviene de las jaeces del poder, y rechazan fieramente a sus iguales cuando pretenden llegar al mando.

Los pueblos latinoamericanos siempre están a la espera de un padre Todopoderoso que les resuelva sus problemas. Cuando aparecen líderes carismáticos con cantos de sirena que les calientan el oído, se vuelcan en masa hacia él, no importa en qué parte del espectro político se encuentre: es el elegido, el ungido, el esperado Mesías, el salvador nuestro por quien suspiramos. De la rebeldía del caudillo a su elección o acceso violento al poder hay muy poco, y de ahí a la dictadura hay menos aún. Las constituciones vigentes resultan reformadas o sustituidas por otras más convenientes que garantizan la continuidad en el puesto de mando. Sigue después la captura de los poderes y organismos de control, y la legalización mediante referendos amañados o elecciones arregladas. Los medios, en muchos casos, terminan convertidos en aparatos de propaganda masiva, y las fuerzas de Policía, en órganos represivos para el disidente. La tarea está concluida. Da lo mismo con cualquier color político: la satrapía es igual en los extremos, y su hija predilecta es la corrupción.

Nuestros gobiernos ven al padre redentor en Washington. Para rematar el libreto, Hollywood hace bien su tarea; los medios, verdaderas cajas de resonancia, demonizan a los emergentes, potencialmente libertos. Por eso, cada tanto, cambian de enemigo y de escenografía; primero fueron los indígenas y los negros; a continuación, los nazis; luego los soviéticos; después los cubanos, más tarde los colombianos; ahora son los musulmanes, y no sabemos quién viene. Siempre hay alguien a quien combatir para derrotar y un superhéroe que lo ataja; los de carne y hueso también derrotan enemigos.

La demagogia de los caudillos latinoamericanos es proverbial. Pocos, a través de la historia, han sido fieles a sus prédicas y casi nunca han realizado lo que las congregaciones esperan. De vez en cuando se cuela un Chávez o un Evo Morales, ignorantones populistas con preocupaciones reales por sus países pero con muy poco fundamento, o un "Lula" da Silva, una Bachelet, bien estructurados, de propuestas sensatas y resultados alentadores, a los que vigorosas y eficaces maquinarias de poder pretender derribar con presteza: no convienen.

Es triste decirlo, pero las verdaderas democracias latinoamericanas escasean; el voto es un disfraz para escoger mandatarios de un listado prefabricado en el cual no existe representación republicana alguna. Siempre, el legado caudillista resultará pobre y cuestionable, aún cuando la popularidad sea abrumadora: los balances finales son vergonzosos, tristes y nada ejemplares, no importa el norte político del personaje.

Las mal llamadas democracias de por acá, excluyentes siempre, desembocan en esos personajes y ellos a su vez propician su propia caída en el modelo "democrático", interminable juego del cual ambas partes parecen favorecerse; los espejos de la democracia y la libertad siguen ausentes.

El caudillismo populista no es exclusivo de Latinoamérica, pero naciones de otros continentes que sufrieron de ese mal lo desplazaron por democracias más participativas, en las cuales hay cada vez menos espacio para el resurgimiento de tal adefesio. La pócima mágica, el antídoto eficaz, es nada menos que la educación, que poco parece importar a nadie. Pan y circo ahogan cualquier expresión de verdadera democracia. Latinoamérica: inefable, repetitiva, circular. Cómo nos dueles.