Copérnico, un irreverente respetuoso

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



No se sabe cómo entendieron en Roma Clemente VII y algunos cardenales de su séquito los rumores de que un polaco ligado a la Iglesia, doctor en derecho canónigo y científico al tiempo, hablaba de una "nueva" teoría según la cual nuestro planeta ya no era el centro del Universo sino el Sol, ese astro que hasta ahora giraba alrededor de la Tierra.

Las cartas que Johann Widmannstetter envió al Papa acerca de la herética creencia lo pusieron en la mira de la Iglesia; ya se gestaba una revolución científica y cultural que debatía preceptos universalmente aceptados por la unicidad entre ciencia y religión. Pero ya la Tierra ya no era plana, había un "nuevo mundo" del que nada se sabía y ¿ahora esto?.

Los problemas que vendrían si publicaba su obra eran previsibles; Miko?aj Kopernik (Nicolás Copérnico) se abstuvo de hacerlo y sólo después de su muerte el mundo europeo de entonces se enteraría de sus hipótesis; Andreas Osiander publicó póstumamente la obra cumbre del polímata de Frombork.

Pero... un momento: ¿no se sabía desde la antigua Grecia del átomo, la redondez del planeta o de su giro diario alrededor del Sol?, ¿Por qué había desaparecido ese conocimiento?. Aún cuando se puede especular sobre las causas del oscu-rantismo científico de la Europa Medieval (al menos en algunos campos), lo cierto es que Copérnico se basó en Pitágoras y Aristarco de Samos para proponer lo que se llamó la "teoría heliocéntrica". No sólo los antiguos helenos lo sabían; también las civilizaciones prehispánicas dominaban el conocimiento del cielo de un modo distinto a como estaba planteado en la Europa Occidental cristianizada.

El estudioso polonés no descubrió el agua tibia, claro está. Haber retomado una idea y lanzarla al ruedo en los momentos de la coyuntura luterana cambió la historia de la humanidad al abatir la astronomía de Ptolomeo y permitir que la ciencia tomara la senda que le correspondía.

La ruptura del pétreo binomio ciencia-fe de la época toca paradigmas indiscutibles hasta ese momento, a lo que sectores radicales aún se resisten con férreo denuedo; pero el avance es incontenible, provocando serios enfrentamientos entre científicos e iglesia, cada día más enconado en cuanto hay mayores y crecientes divergencias. Gutemberg, sin proponérselo, ayuda a la difusión de las novedosas ideas que llegan a oídos de Galileo; el pisano, considerado padre de la astronomía moderna, de la física y la ciencia, aprende de Ostilio Ricci la costumbre de unir la teoría a la experimentación.

Desarrolla un aparato, el telescopio, que le permite comprobar la argumentación de Copérnico acerca de los cuerpos siderales, lo que le valió una fuerte reprimenda de la Iglesia y la obligación a considerar sus afirmaciones como mera especulación: no se podía poner en duda a la Biblia.

No obstante, Pio XII y Juan Pablo II defenderían a Galileo, mientras que Benedicto XVI haría lo propio en favor de la postura de la Iglesia. Increíblemente, la teoría heliocéntrica aún despierta polémicas. Lo más simpático es que, aún cuando la Tierra sí circula en torno al Sol, ya ni siquiera sabemos dónde está el centro del Universo, si es que existe realmente.

Copérnico cambia desde entonces el modo de pensar; el ser humano ahora puede razonar científicamente, estudiar la Naturaleza y exponer hipótesis que se deben confrontar con los hechos, aún si ello implica desafiar tradiciones fuertemente arraigadas. El Renacimiento italiano, en pleno apogeo, suma la ciencia a las artes rompiendo la mentalidad rígida, dogmática y obediente del ciudadano europeo del Medioevo, fundamentalmente teocéntrica.

Ahora, en la Europa después de Copérnico, es posible pensar distinto. Por todo el viejo continente la revolución científica potencia los saberes clásicos y conduce a la creación de nuevas ciencias. Kepler y Newton en la física; Vesalius, Ambroise Paré, William Harvey y Fauchard en la medicina; Vernier y Torricelli en la física; Napier y Gunther en las matemáticas; Pascal, Leibnitz y Hadley como inventores; la lista de científicos es interminable.

En febrero, hace 540 años, nació este ilustre personaje, y 470 años atrás fallece, en el mes de mayo. El mejor homenaje que ha recibido es un mundo cada vez más desarrollado, gracias a su manera de pensar; un universo cada vez más comprensible para el ser humano.

"Para salir de la minoría de edad es necesario aprender a pensar por sí mismo; es más incómodo pensar por sí mismo que obedecer: es más fácil que nos cuenten la verdad y nos señalen lo que se debe hacer", escribió Estanislao Zuleta. Pensar no es suficiente, agrego, sino pensar para algo y por algo, y llevarlo a la acción. Y, gracias a Copérnico, hoy podemos hacerlo con menos temores cada vez. Aún en contra y a costa de nosotros mismos.