Cobijas cortas, verdades largas

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Nada ni nadie es totalmente bueno ni absolutamente malo: hay un poco de todo en cada cosa y en cada quien. Personas cercanas a la santidad tienen su lado cuestionable, y aquellos asumidos cómo demoníacos poseen rasgos de bondad.

Las acciones que a unos benefician, perjudican a otros. El equilibrio perfecto y la justicia universal no existen: ni la madre Naturaleza goza de tal privilegio. La evolución de unas especies significa la extinción de otras, en una vorágine de vida y muerte. Lo que alguien considera correcto y necesario para los demás, tiene su contraparte que lo estima erróneo y nocivo.

Inclusive, una misma cosa es al tiempo útil o dañina según cómo se utilice, desde el agua en adelante. Entrar en interminables debates acerca de tales temas desgasta, polariza y enfrenta a defensores y detractores, especialmente cuando ambos "tienen la razón" a rajatabla y no admiten debate alguno.

En Latinoamérica, las dictaduras reales y disfrazadas y aun esos embelecos que denominan democracias (incluyendo la nuestra, por supuesto), tienen un símil a las cobijas cortas. Insuficientes, no cubren lo que deben, y parecen servir sólo cuando están nuevas; el desgaste del tiempo las va haciendo inútiles. Cuando con ellas se tapa la cabeza, se descubren los pies, y viceversa. Instructivos de uso y esclarecimientos no tapan las hendijas, provocadas muchas veces, por donde se cuela el yerto frío. Me explico: El ciudadano del común tiene el "derecho" de elegir a los nominados mediante bolígrafo, mas no a ser elegido si no pertenece a foscos conciliábulos electoreros.

La justicia no siempre camina por las vías de la rectitud. Muchos legisladores se acomodan a sus propios intereses: sus electores importan poco. Los órganos de control, con insoportable frecuencia actúan lejanos de la razón y la sindéresis. El ejecutivo puede gobernar a capricho con anuencias compradas. Las políticas de Estado no aparecen claras, resignadas en bastantes ocasiones a intereses particulares. Los bancos centrales suben o bajan el cambio de la moneda a necesidad del mandatario y, obedientes, aflojan el metal cada vez que les espernancan los ojos.

Por estas calendas, manipular naciones enteras es muy fácil y sirve para acomodar cobijas cortas. Los falaces argumentos de las propagandas se utilizan con veleidad a gusto y acomodo. Las estrategias, diseñadas con maestría para manosear ignorancias y perezas mentales, hacen ferias desde medios venales con intereses en juego que, incesantes, atacan sin piedad ni tregua al ciudadano inerme. Siempre aparece un paladín de labia convincente o de amenazante sable que funge de redentor: a veces, ambas armas usadas al unísono subyugan conciencias indómitas; basta repasar la historia reciente. Latinoamérica es pródiga en producir tales personajes, silvestres y profusos en todo el espectro político.

Regresando al inicio, Hugo Chávez ¿es bueno o malo? Según se le considere. El venezolano, hoy en el crepúsculo de su vida, reivindica a las grandes masas que jamás tuvieron casi que ni derechos, y hoy acceden a mucho más que lo básico, como hospitales, escuelas (cuidado, no hablo de educación, que es asunto diferente), vivienda, servicios, recreación y demás: el festín del petróleo da para compensar injusticias sociales vernáculas, prodigar con largueza a los amigos entrañables - tiranuelos tropicales de variada pelambre pegados de la teta venezolana, obedientes de La Habana-, encender peligrosos patriotismos, defender los intereses nacionales, y hasta para organizar grupos discrepantes de Washington y Bruselas.

Al mismo tiempo, es el demonio para quienes triunfaron en el anterior sistema y que, forzados, abandonaron su patria por la inminente amenaza de la expropiación sin razones ni formalismos. Constituye, por otro lado, un peligro para los regímenes sometidos a la Casa Blanca. Las franjas medias venezolanas ven con preocupación el abandono al que les somete por cuenta de las reyertas entre "rojos rojitos" y "escuálidos pitiyanquis", facciones irreconciliables.

Las decisiones emanadas de Miraflores benefician a los primeros y perjudican a los otros, a menos que haya amistad o negocios en liza. Acá, la cobija se recorta con tijeras acomodaticias: el régimen no le va bien a todos.

Mirando sol y sombra de Chávez observamos que, mientras burocratiza a PDVSA y cae la producción de petróleo, logra mejores regalías al tiempo que un golpe de suerte eleva los precios a niveles imprevistos. Los ranchos pululantes en los cerros de Caracas carecen de lo mínimo, pero el régimen construye viviendas decentes para los desposeídos.

Los mercados populares se atiborran de productos de calidad cuestionable a precios irrisorios, pero en los supermercados los aburridos empleados, matando el tiempo, rotan mejores productos, escasos y costoso por cierto. No hay de todo para todos: la cobija petrolera cubre sólo a quienes claudican ante el "comandante". Recién electo pero no posesionado, no parece que Chávez regrese de Cuba. Bueno o malo, juzgue usted. Mientras, el chavismo hirsuto rapa de un manotazo el mando que de seguro ganaría en las contiendas electorales. La cobija corta se ajusta a conveniencia.



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