Ciencia bendita

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Como muchos genios renacentistas italianos, Galileo Galilei exploró ciencia y arte, sin destacarse en ésta última. Investigador genial, fue matemático y astrónomo excepcional.

El telescopio, invención con la cual escudriñó el Universo, y la teoría heliocéntrica iban a sacudir dogmas medievales.

Complementario de Copérnico, clérigo católico que por primera vez expone ese modelo, y Kepler, autor de las leyes que definen el movimiento de los planetas, el toscano inicia la verdadera revolución de las ciencias modernas con la aplicación del método científico para satisfacción de los académicos; la estrecha vigilancia eclesiástica le lleva a los tribunales de la Santa Inquisición.

Pero en el Medioevo, como ahora, también había útiles palancas (no sólo las de Arquímedes): su amistad con el Papa Urbano VIII y con el gran duque de Toscana, Fernando II de Médicis, le salva de la hoguera destinada a los herejes; a cambio, debe abjurar a un conocimiento científicamente probado.

Se abría ahora un interesante debate entre ciencia y religión que aún no cesa. Los defensores de los modelos bíblicos ejercen enorme influencia en la población general, muchas veces ajena a la ilustración. Por ejemplo, en el año 1999 una encuesta de Gallup, encontró que uno de cada cinco estadounidenses creía que el Sol le da vueltas a la Tierra; Reuter, el año pasado, halló que uno de cada tres rusos tenían igual creencia. ¡

Y hablamos de los dos países líderes de la carrera espacial! Incluso, con el desarrollo de la teoría de la relatividad, ni siquiera se sabe si el Universo tiene un centro y, de existir, por ahora nadie puede ubicarlo. La teoría heliocéntrica de los "herejes" se encuentra cuestionada: la Tierra sí gira alrededor del Sol pero a nuestro sistema ya no se le considera el ombligo del universo; el geocentrismo de los inquisidores ha quedado demolido para siempre.

Evolución de la vida, selección natural, irreversibilidad evolutiva, o exclusión competitiva son conceptos apenas escuchados y muchas veces desconocidos para la mayoría de nosotros. El conflicto entre ciencia y religión es más mucho encendido en lo referente a la biología evolutiva. Recientemente, en Estados Unidos algunos prosélitos religiosos quisieron impedir el estudio de las teorías de la evolución en las escuelas, o cuando menos, lograr que se revisara conjunta y comparativamente con las teorías creacionistas. El otro problema es la presencia y actividad de las seudociencias y otros conceptos peores que conducen a temas escalofriantes como la eugenesia "para preservar a los mejores" (discriminación que alimenta el mesianismo de razas "superiores") y, consecuentemente a la imposición violenta de tales dogmas. Recordemos acá a Hitler, Malthus, Galton, el "pueblo elegido" o el tenebroso KKK; por otro lado, aparecen esperpentos frívolos con disfraces de erudición: astrología y otras "artes" adivinatorias, espiritismo, brujería y santería; telepatía; ufología y, por qué no decirlo, algunas "especialidades" médicas. Tal es el sancocho ideológico de esas chifladuras.

El asunto no es de poca monta; Carl Sagan decía que las seudociencias se apoyan en hipótesis protegidas del escrutinio científico de modo tal que no puedan ser refutadas, y cuando se les rebate, alegan persecuciones y conspiraciones.

De ése modo, crecen a modo de cofradías con nombres elegantes, atractivos para los incautos, a quienes inundan de "conocimientos" que se arraigan en contra de toda evidencia científica; y trate usted de cuestionarles algo. Hay casos ampliamente conocidos en los cuales la alienación mental fue tan devastadora que hubo suicidios colectivos promovidos por líderes más desquiciados que sus seguidores, como Jim Jones o David Koresh -en contextos "religiosos"-, o el de Terrassa (Cataluña), inducido por "extraterrestres".

La ciencia avanza imparable, avasallando a la ignorancia humana y promoviendo casi siempre el bienestar general. Aún cuando falta mucho para descifrar las claves del funcionamiento del genoma humano y aplicarlo para el beneficio de la especie, muchos cavilan acerca de las bondades de tal desarrollo. Por ejemplo, sanar enfermedades incapacitantes (Mal de Alzheimer, diabetes o cáncer, por ejemplo), o erradicar algunos padecimientos de impacto social (adicciones, Sida o Mal de Chagas, por decir algo).

Yo le pediría a la ciencia (bendita sea, contradictoriamente) una cura definitiva para el egoísmo, la codicia, la perversidad, la falta de solidaridad, la discriminación y tantas plagas que azotan a todos los colectivos, y en particular a muchos de quienes las dirigen en busca de un mejor estar general regenerando el espíritu de tales personajes. Algo así como "Un mundo feliz", de Huxley.

Apostilla. Nos abandonan ídolos de épocas pasadas: Leonardo Favio y Lizardo Díaz, el "compadre Felipe" de Los Tolimenses. Q.E.P.D.



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