Angelino Garzón, ¿debe renunciar?

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La historia, referente obligado, nos recuerda a una gran cantidad de enfermos, algunos realmente impedidos, que gobernaron a sus pueblos. En ciertos casos, por sus patologías tomaban decisiones bizarras (Herodes padecía sífilis con secuelas neurológicas; Pedro I de Rusia era epiléptico y alcohólico; Fernando VI de España murió demente mientras que Ronald Reagan intentaba disimular su Mal de Alhzeimer); otras veces, un tercero del sanedrín asumía las riendas detrás del poder mientras el mandatario aparecía ante su nación como el dueño de la autoridad.

Basta recordar a Virgilio Barco, sobrellevando sus ausencias mentales producto de la demencia senil mientras Germán Montoya decidía la vida de los colombianos; Miguel Antonio Caro ejercía cuando el presidente Núñez temperaba en Cartagena en medio de sus dolencias.

El poder arruina la salud de quien lo ejerce: muy pocos salen indemnes y ninguno fortalecido. Al observar las fotos del antes y el después, el deterioro físico es evidente; Andrés Pastrana se hacía envejecer en las gráficas cuando era candidato, exiguo presagio de su posterior aspecto como expresidente; la senectud apresurada se observa patente en Belisario Betancur, Ernesto Samper y Álvaro Uribe. Los médicos presidenciales han tenido que trabajar duro para contener la tuberculosis de Simón Bolívar, el vértigo y la cólera de Uribe, la diverticultis de Barco, y las secuelas de los balazos recibidos por Samper en el atentado a José Antequera. En verdad, es muy poco lo que se ha sabido públicamente de la salud de nuestros mandatarios.

Cuando Chávez anunció a los venezolanos su cáncer (aún no se sabe la verdad verdadera), puso sobre el tapete la importancia de conocer pública y oficialmente el estado de salud de los presidentes y de sus posibles sucesores. Gracias a ello, nos enteramos que en Colombia no hay normatividad clara que defina el futuro del país durante las ausencias del presidente; si bien hay que saber cómo suplir el vacío, nos enfrentamos a la macondiana situación de que Angelino Garzón tiene la salud más deteriorada que la del Presidente, por lo cual se ha planteado su relevo o incluso alguna otra figura jurídica sustituta. Las preguntas obligadas son, al menos: ¿está Garzón en condiciones de asumir la presidencia en caso de una ausencia temporal o definitiva de Santos? ¿Quién sigue en la lista en caso de que ninguno de los dos pueda seguir en el sillón presidencial? ¿Cambiará el presidente a su llave vicepresidencial en caso de aspirar a la reelección? La primera respuesta es del resorte de la Medicina; la segunda, asunto de legisladores, y la tercera, de la mecánica política, todas imbricadas entre sí.

Angelino Garzón, de brillante trayectoria sin duda alguna y merecedor de sus logros, recién posesionado sufrió un infarto cardíaco que obligó a una cirugía urgente; más tarde, un accidente cerebrovascular deteriora visiblemente sus capacidades físicas; el Congreso quiso conocer su estado de salud mediante una comisión de ilustres galenos, lo cual fue rechazado vehementemente por el vicepresidente.

Otro vacío legal evidente: no hay manera de establecer su condición de salud: Colombia, país leguleyo, no ha previsto tal evento. Ya se vislumbran los intereses particulares de los politicastros metiendo baza para futuras legislaciones. Angelino Garzón me cae bien, le respeto y considero que hace un conveniente contrapeso político al Presidente Santos.

Desde la distancia y sin elementos de juicio distintos a sus apariciones públicas, considero que carece de los arrestos físicos para resistir el ejercicio del primer cargo del país; incluso, un segundo período vicepresidencial pondría en riesgo serio su salud y su vida. Sin embargo, el Vicepresidente merece todo el respeto como persona y como paciente, por su investidura y por su trayectoria; no se le puede sacar a sombrerazos como pretenden los buitres que le acechan y, menos aun, sin tener clara la reglamentación correspondiente.

A falta de ella, el vice debe tener la grandeza de permitir que los especialistas encargados de su salud le expliquen al país su estado actual, cuáles son sus reservas físicas y su capacidad metal para determinar su continuidad como segundo al mando. Los oportunistas, llámense legisladores o magistrados, deben abstenerse de pescar en río revuelto para favorecer sus intereses, porque el país y no sus pequeños feudos es el que necesita respuestas serias.

Y de paso, para esas minipresidencias que son las gobernaciones y alcaldías habrá que definir si operan mecanismos similares de reemplazo. Entre médicos, legisladores y magistrados se debe establecer la manera de cerrar esa brecha, con las herramientas científicas y legales para actuar debida y oportunamente en casos futuros.

Apostilla 1. A propósito, cada tanto se anuncia el fallecimiento de Fidel Castro, lo que aún no ocurre. Es tan longevo el dictador que a lo mejor acude al funeral de la muerte.