Marilyn Monroe

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La madrugada del 4 de agosto de 1962 moría la diva y nacía el mito. Marilyn Monroe falleció por una sobredosis de barbitúricos; oficialmente, fue un suicidio, pero muchos creen en manos criminales: señalan, sin demostración fehaciente, al mafioso Sam Giancana (amigo de Frank Sinatra), al jefe del FBI J Edgar Hoover y a Peter Lawford, cuñado de los hermanos John y Robert Kennedy, quienes eran amantes simultáneos de la bella diosa en el esplendor de sus 36 calendarios.

Posiblemente supo de ellos secretos de Estado que no era conveniente arriesgar: lo insinuó en sus confesiones. No hubo olor a muerte; el Chanel No. 5 perfumaba la habitación en la cual la famosa actriz yacía desnuda con el auricular del teléfono en su mano derecha.

¿Fue verdad que se reunía con miembros del Partido Comunista Americano y que por ello era seguida por el FBI? ¿Era cierto que pensaba revelar información secreta que había obtenido de sus poderosos amantes? ¿Estuvo Bob Kennedy, en la casa de MM la noche de su muerte? ¿Qué pasó con su diario? ¿Hubo manipulación de pruebas? Son muchísimos interrogantes jamás resueltos.

Más allá de todo esto, la diva era el punto focal del planeta: su fama era universal, deseada por los varones y envidiada, cuando no odiada, por las mujeres. Actriz, modelo y cantante, era el sex symbol de su época, y aún sobresale por encima de muchísimas famosas mujeres actuales, efímeras e intrascendentes. No tuvo una vida fácil, ciertamente.

Nace en Los Ángeles, donde también encuentra su final. Su padre abandonó a su madre en cuanto supo de su embarazo; pasó buena parte de su infancia custodiada por familias adoptantes; sufrió violaciones y para evitar una nueva adopción se casó a los 16 años con un policía del cual se divorcia, pues no gustaba del modelaje para revistas con el cual compensaba los bajos ingresos en una fábrica.

Ya aparecía en portadas, y logra empezar a trabajar como extra de cine con el nombre que el mundo le conocería: estaba obsesionada con triunfar en Hollywood. Iba de fracaso en fracaso hasta cuando participó en "La jungla del asfalto" y "Eva al desnudo", con las cuales logra llamar la atención. Estudia arte y literatura mientras continúa un trabajo poco destacado en el cine.

En "Niágara" obtiene su primer papel protagónico, y allí aparece con su imagen definitiva; el retrato promocional de ésta cinta la usaría Andy Warhol en sus cuadros. En ese 1953 aparece desnuda en el primer número de Playboy, cabezazo de Hugh Hefner al comprar los derechos de unas fotos de años anteriores, cuando había posado para un anónimo calendario.

A partir de entonces, su carrera es una sucesión de éxitos y algunos fracasos que la apartan del mundo del celuloide. Al año siguiente se casaría con Joe Di Maggio, de quien se divorciaría luego del éxito de "La comezón del séptimo año".

Estudiaría arte dramático en Nueva York, destacándose en el teatro. Regresa al cine: ya ponía sus condiciones, y la crítica destaca sus trabajos; estaba empeñada en ser reconocida como actriz meritoria y dejar atrás su imagen de rubia tonta con la cual era comúnmente identificada. Se casa con Arthur Miller y se muda a Londres en donde un aborto espontáneo y su inseguridad emocional la conducen a las adicciones: alcohol y barbitúricos le acompañan hasta sus últimos momentos.

Empieza a fallar en su trabajo, tiene un affaire con Tony Curtis y decae luego de un segundo aborto espontáneo; no obstante, gana el premio David Di Donatello y el Globo de Oro, y nominaciones al Bafta y al Oscar. Tiene un romance con Ives Montand; su salud va en franco deterioro y debe recurrir a los servicios psiquiátricos; los vicios hacen estragos en su carrera artística y debe ser hospitalizada, viene el divorcio y su adicción está cada vez más arraigada.

La gala del 9 de mayo de 1963 en Nueva York con motivo del cumpleaños del presidente John F. Kennedy es la ocasión de su célebre dedicatoria: era inocultable su relación, y el preludio de su trágica muerte al año siguiente.

Siempre se debatió entre su imagen pública y sus neurosis; entre su exuberante feminidad y sus obsesiones; entre su formación actoral con sus carencias afectivas; entre lo que era y lo que proyectaba. Cincuenta años después de su partida, el legado de MM está presente: fue mucho más que su fachada. Adelantada en una época en la que el senador Joseph McCarthy combatía "tabúes" sociales, y la censura hacía su agosto.

Su relación con Miller la puso en el radar del FBI; la ideología política del inglés conduciría a una sanción al escritor, después sobreseído. Defendió los derechos civiles, abriéndole paso a Ella Fitzgerald, la extraordinaria cantante de jazz, entre muchas cosas destacadas. Su popularidad está intacta, y hoy tienen sitios oficiales activos en las redes sociales. Su mito vive como siempre: inmarcesible, diría Rafael Núñez.



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