Colombia: un loco en cuidados intensivos

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Si usted, amable lector, piensa que me referiré al lío del Cauca, tiene razón; pero no en el sentido que muchos lo están haciendo, no con una visión superficial y distorsionada del asunto.

Me explico: la situación allá no es más que el reflejo de la esquizofrenia que azota al país. Como en el teatro onírico, los simbolismos son expresados de manera casi delirante, como si de una demencia se tratase. Y es que Colombia parece un loco que, además, padece de enfermedad grave en todos sus órganos, lo que la pone a la puerta de entrada de cuidados intensivos.

Graves síntomas de la enajenación colectiva que padecemos se manifiesta magnífica en el conflicto caucano: ante la falta de presencia del Estado y el incumplimiento de sus obligaciones constitucionales y legales, los indígenas padecen (y en no pocos casos, simpatizan y se benefician) del narcotráfico y de la guerrilla de las Farc. Pero la mayoría de los indígenas quiere paz, desea a los actores armados fuera de su territorio y vivir según su tradición, sin actores armados, pero desconociendo también los derechos y obligaciones que ese mismo establecimiento tiene de garantizar la paz y la seguridad del territorio nacional y de sus habitantes.

El Estado aparece reactivo con sus fuerzas armadas para resolver un problema de orden social (vaya locura), atizando un conflicto armado en el que, como siempre, la primera víctima es la verdad. Los medios de comunicación nos muestran una cara del poliedro multifacético: un sargento que llora por la expulsión que hacen unos nativos de unos soldados apareciendo así, gracias a la propaganda oficial, como cómplices de la subversión (algunos lo son, no hay duda), y el país indignado monta en cólera contra los indígenas; los comunicadores, muchos de ellos desinformados, leen libretos que les ponen en sus manos, y los medios no le cuentan a la opinión que, mientras eso sucede, en un retén militar cae muerto a bala un indígena que desobedeció una orden de paro (pudieron detenerlo, simplemente), que solo hubo una fría reacción: "lo sentimos, fue un error"), y que las guardias indígenas detienen a tres guerrilleros que serán sometidos a un juicio según las leyes indígenas y los entregarán después a la justicia ordinaria.

Es absolutamente desquiciada y desproporcionada la reacción de la sociedad contra los indígenas (inducida, desde luego). No pocos colombianos (somos mestizos casi todos) quisieron demostrar "pureza de sangre" como en los tiempos coloniales, como en los tiempos de Hitler, casi diciendo: "no tengo nada que ver con esos indios, raza inferior, gente de segunda", evocando los tiempos no muy lejanos en los que fueron considerados casi animales, seres sin alma y objeto de cacería.

Si no lo creen, basta una mirada a las redes sociales y a las conversaciones callejeras. Un expresidente, elector del actual y convertido en su peor pesadilla, azuza los instintos primarios de una población desinformada que reacciona de manera pavloviana, y pone en contra del mandatario actual a unos militares vigentes y retirados porque sólo cree en soluciones militares y no en pactos.

La salud se la robaron; los entes de control llevan casi un año de análisis (caso sobrediagnosticado) para tratar de colocarle paños de agua tibia a un paciente terminal. Los profesionales de la salud proponen un cambio de un sistema degradado, inútil, burocratizado y convertido en el gran negocio de los intermediarios. La propuesta de los profesionales de la salud es mal vista por los directos beneficiarios del negocio, mientras la sociedad, directa perjudicada, ni siquiera parece entender lo que está en juego.

Y no son precisamente las lágrimas de un soldado, sino la salud y la vida de todos los colombianos; no hay reacción alguna del país nacional. Los noticieros solo muestran violencia, deportes, seriados, realities y una interminable sección de farándula; ahora, los ídolos nacionales son actores, deportistas y modelos; los anónimos héroes -científicos, artistas, intelectuales, pensadores y demás- son personajes que no producen dinero y no merecen el menor reconocimiento: para qué gastar pólvora en gallinazos, piensan.

El daño orgánico de la Nación aparece palmario: los legisladores claman para sí prerrogativas inconcebibles mientras les quitan a los demás sus derechos vía reformas judiciales, pensionales, laborales y tributarias. La rama judicial, cada vez más cuestionada, por cuenta de actuaciones chocantes y organismos malolientes. Los órganos de control no funcionan como deben: vemos en algunos casos como las motivaciones religiosas fundamen-talistas se entrecruzan con determinadas decisiones civiles. Todo el Estado está en entredicho, pero la sociedad no se indigna.

En éste país, los cuerdos son los locos, y viceversa, los perturbados aparecen como normales. Aquellos que eran los saludables, hoy parecen orates desquiciados, y a quienes fueron tildados de locos hoy se les concede razón. Bogotá lo sabe: hace mucha falta que personas como Antanas Mockus, tildado de loco y quien sabe cuántos epítetos más, tomen las riendas de éste delirante país para dejar atrás la esquizofrenia colectiva y de los cuidados intensivos a los que hemos llegado por culpa de tanto chiflado suelto con poder de remover ardientes pasiones sin medir las consecuencias de sus actos. Vale más un loco civilizando a una sociedad esquizofrénica que un sujeto normal provocando locura colectiva.



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