Tratando de entender

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Si alguien toma una decisión, por absurda que parezca a lontananza, para esa persona fue el mejor emprendimiento posible, el más útil, el más conveniente.

Aquellos que tienen por costumbre intervenir en la vida ajena, criticarán y harán lo posible por cambiarla; otros permanecerán indiferentes y ajenos a lo que cada quien haga de su vida; habrá también quien apoye sin condiciones cualquier acción. En la realidad, no hay retroceso después de cruzar ciertos Rubicones.

Ya sea el abandono del hogar, consumo de sicoactivos, cambio de creencias o la despedida del mundo sin aviso, nadie puede saber qué lleva a alguien a quemar sus naves: las razones y resultados de cualquier acto quedarán en el insondable interior de cada individuo: son conductas inexplicables para los demás. ¿Qué cruza, pues, por la mente de un sicópata que escoge la solitaria oscuridad de un parque para empalar a su víctima después de golpearla brutalmente, violarla y torturarla? ¿Qué razonarán unos policías -tenidos como protectores de la seguridad ciudadana- que la emprenden a fuego con unos animales o, incluso, con habitantes de la calle?

¿En qué piensan unos muchachos "bien" - a quienes presuntamente nada les falta- que agreden a otro por celos o cualquier otra razón hasta causarle la muerte? ¿Cuál es la razón para que un sacerdote -considerado adalid de la moralidad social- abuse de inocentes infantes por cuenta de su investidura, y qué aducen los jerarcas para ocultar semejante crimen? Desde luego, una cosa son conductas "excéntricas" para un determinado colectivo social, como vestir de maneja ajena a la usanza general o dedicarse a oficios poco convencionales, por ejemplo; otra muy distinta es adoptar comportamientos dañinos, inaceptables en cualquier sociedad por primitiva que parezca. Sobre el tema se han ocupado renombrados analistas de la mente humana y del comportamiento social sin ir al fondo de tan abisales simas.

Varios columnistas de importantes medios han debatido acerca de horrendos casos que por éstas calendas llenan los espacios noticiosos y las páginas editoriales, conmoviendo hasta los cimientos de quienes aun se estremecen con los horrores que suceden aquí y en todas partes; existe consenso acerca de las visibles fallas sociales que van desde el hogar y la escuela hasta legislaciones inadecuadas que, al menos, son blandas con ciertos delitos, cuando no los estimula, y sistemas de salud que no detectan ciertas patologías mentales de alto riesgo social.

Mientras que algunas conductas punibles no parecen existir en los códigos, el catálogo de las acciones perversas crece a raudales. Cuando la fuerza pública se dedica más a cuidar a ilustres personajes o a cazar infractores de pico y placa, las calles se llenan de malandrines y desadaptados dispuestos a cualquier acto criminal, a sabiendas que es mínima la probabilidad de una aprehensión y judicialización para responder por sus acciones. Bueno, a menos que la víctima sea alguien de renombre o que las redes sociales presionen el inmediato y eficaz accionar de las autoridades. De ahí, los altos índices de impunidad.

Tal vez, el fino humor de Juan Esteban Constaín nos ilustra mejor acerca de lo que puede estar pasando, al menos parcialmente. "La Edad Media es también un estado del alma y que hay quienes no salen de ella jamás", afirma acertadamente el escritor; es una clave importante para entender el comportamiento de buena parte de nuestra sociedad.

Cada época tiene sus cosas buenas y malas, y cada una está signada por sus particularidades; en cuanto al mal corresponde, al Medioevo se le identifica con el señorío y el vasallaje; con las guerras entre reinos, ducados o principados; con el oscurantismo, la intolerancia y la persecución religiosa en medio de una corrupción rampante de las cúpulas eclesiásticas, inquisición incluída con todos sus muertos.

Aun cuando hemos avanzado en muchísimos aspectos, en el fondo una buena parte de la humanidad sigue anclada en ese pasado con todos sus lastres. Apartando las patologías mentales y sociales, hay quienes creen aun que la sociedad solo debe tener nobles y plebeyos, y odian a los burgueses ajenos a esa división; muchos piensan en castigos letales y en justicia propia; otros creen en la guerra entre los pueblos como razón vital; incluso, quienes, a lo Godofredo, piensan que la educación es mal social innecesario y debe ser inaccesible para la gleba: muchos doctores, dicen.

El libre pensamiento debe ser perseguido hasta el exterminio -de ello están convencidos-, y debe haber unanimismo político religioso, según sus convicciones. El dinero y los bienes sólo deben estar en sus manos y al vulgo solo le queda trabajar para ellos.

En ese orden de ideas, quienes a pie juntillas convienen en ese sistema de creencias, consideran sinceramente que otras formas de pensamiento y acción son desatinadas y no tienen cabida en los colectivos sociales, generando así explosivos ambientes sociológicos reforzados desde sus aparatos de propaganda; su convicción crece a diario hasta hacerse impenetrable al frescor de la libre deliberación. De ahí, los linchamientos, las torturas, anatemas y excomuniones, intolerancias, persecuciones y quién sabe cuántas acciones propias de épocas que vanamente creímos sepultadas en el oscuro pasado.